01 junio, 2005

Contra la fantasía de convertir una melena en recipiente seminal

Me seducen hasta el tuétano las mujeres que se cortan el pelo à la garçon por dos motivos principales: 1) por contravenir ese estereotipo ramplón que asocia la feminidad con una melena al viento, una lastrosa y pacata fijación surgida de una babosa mente machista, falta de toda imaginación y alimentada por los más perezosos y oxidados instintos hereditarios, primahermana de los pechos globo y los labios acolchados, y 2) porque creo que es un cuasi infalible rasero de la belleza, la paradójica prueba del algodón que, en su supuesto acercamiento a la masculinidad, separa el grano auténticamente femenino de la paja sucédanea. No hay rostro que sometido a la poda capilar pueda disimular sus imperfecciones, el trampantojo cae y asoma la descorazonadora verdad. Si antes arrojaba luz, ahora más, si no es que nunca lo hizo, aunque pretendiera hacérnoslo creer. Creo que era en Desig de Josep Maria Benet i Jornet donde un personaje de perfil sexual fetichista se deshacía fantasendo con la idea de correrse en una buena melena. No le veo la gracia. En cambio, la visión de unos mechones siendo alegremente cercenados por unas afiladas tijeras y posándose plácidamente como copos de nieve sobre el suelo, enmarcando y realzando un bonito rostro antes prisionero en una selva de enredos y piojos, me provoca un estremecimiento de pies a cabeza. Todo ha empezado porque he vuelto a mirar esta foto de Jean Seberg y, como cada vez que lo hago, me he enamorado de ella.
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