Lo que más me gustaba de la ultrapija Melrose Place no eran sus barbies oxigenadas sino la capacidad de sus protagonistas para "madrugar". Antes de entrar a "trabajar" a las 8, se habían ventilado un desayuno de órgado, cubierto unos cuantos largos de piscina, realizado un par de trascendentales llamadas telefónicas y echado mutuamente a los leones cinco o seis veces. Para alguien que siempre se ha levantado maldiciendo a los cielos y con el tiempo justo para llegar al próximo destino todo lo razonablemente tarde posible, la envidia despertada por esa frescura y vitalidad alboreal era inconmensurable. El otro día, yendo al trabajo a pie, confundido entre el bullicio del barrio de Sants a las 7:45 de la mañana, a varias galaxias kilométricas (pero sobre todo atmosféricas) de Beverly Hills, sentí que me cundía la mañana un poco más que de costumbre y me acordé de la serie. No me remojé en una piscina en perfecto estado cristalino gracias a un mexicano sin papeles, ni disfruté de un zumo de naranja recién exprimido mientras sopesaba la conveniencia de un nuevo lifting, pero me llamó la atención una pintada en la verja de un asador que decía "Los animales no son vuestros", me asustó la de "Paga perra" sobre una puerta verde y me quedé horrorizado con el tosco dibujo de una salchicha con patas que, al grito de "Soy Frankfurtman", decoraba el lateral de un puesto callejero de churros. Aunque me quedo con la clásica anciana que empezó a cruzar la acera cuando el semáforo comenzó a parpadear y luego levantó el bastón de forma amenazadora, como si fuera una batuta que dirigiera la orquesta de cláxones que la rodeaba. Sin duda no hace falta vivir en Melrose Place para aprovechar las primeras horas del día.
09 junio, 2005
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