27 septiembre, 2011

Robots

Cruzaba la 8º Avenida, camino del segundo tramo de la High Line, cuando captó mi atención un gigantesco brazo mecánico dentro de una pecera completamente blanca. Pensé que se trataba de un reclamo de una empresa de tecnología, pero al levantar la vista descubrí que me hallaba frente a un hotel, llamado Yotel. Entré por curiosidad y lo que me encontré fue un hall aséptico con tres ascensores de acero inoxidable, carteles luminosos electrónicos dando la bienvenida y seis máquinas de pantalla táctil, como las que despliegan las compañías aéreas en los aeropuertos. Una pareja realizaba el check out en una de ellas en ese preciso momento. Acto seguido, se dirigió con sus maletas junto a la cristalera, detrás de la cual dormitaba el inmenso robot, tecleó algo en un ordenador, se abrió una trampilla, depositó su equipaje en una bandeja, se cerró la trampilla. La criatura, que uno situaría en una cadena de montaje de coches, despertó, agarró la bandeja con sus pezuñas negras de fibra de carbono y la depositó dentro de uno de los nichos libres que colgaban a unos tres metros del suelo en la colmena metálica y acorazada que custodiaba. Regresó a su posición de loto y a sus sueños eléctricos.
Cuando algunas horas después y por segunda vez en ese mismo día, una camarera me traía la cuenta antes siquiera de haber podido pedir algo de postre, pensé que no debía haber tanta diferencia respecto a esos restaurantes de Tokio que ya disponen de robots para servir a los clientes. Y cuando al día siguiente, un encadenamiento de errores humanos me hicieron perder mucho tiempo en mi trayecto de Nueva York a Ithaca consideré que la robotización del Sistema se estaba haciendo esperar demasiado. Pero al llegar a una Ithaca que empezaba a oscurecer, a una estación alejada del centro, sintiéndome desorientado e impotente, y venir a mi rescate un chaval con aire de Príncipe de Bel Air para llamarme desde su móvil a un taxi y darme una palmadita en la espalda antes de introducirme en el vehículo, decidí que jamás iría al Yotel y que la próxima vez dejaría un dólar extra de propina a las camareras con carreras en las medias.