26 junio, 2005

Celebration

Cine, literatura… Canguros hay más bregados que yo que se pueden ocupar de esos altos asuntos. Así que hablaré de teatro. ¿Original? No mucho, sobre todo teniendo en cuenta donde trabajo ahora, pero deseamos lo que vemos cada día, decía Hannibal Lecter.

Me cuesta elaborar más allá de mola o no mola, pero lo intentaré, sobre todo porque mi opinión (no mola) no es muy popular en según que ambientes. Estoy hablando de Celebració (Festen), la obra que ha iniciado sus pases previos este fin de semana en el Romea, pero que se estrenó la semana pasada en el teatro Atrium de Viladecans, por cuestiones de coproducción que no intento entender. Seguro que esta semana aparecen unas cuantas críticas en la prensa (por cierto, para la sesión del martes 28 puede acreditarse cualquier persona de prensa que llame y explique un poco para qué medio trabaja), pero me atrevo a decir que todas serán como la que apareció en El País la semana pasada: un poco de esto para quedar bien, ahora hablo del Dogma 95 para rellenar espacio, luego dejo entrever que la adaptación no es todo lo satisfactoria que debería ser y remato con una frase ambigua que deje a todo el mundo, si no contento, al menos en la más profunda de las incertidumbres.

La vi al lado de alguien que detesta a Calixto Bieito y todas sus encarnaciones, por lo que puedo haberme visto influenciada, pero ahí va: no me gustó porque no entiendo por qué cierto teatro catalán (sospecho que en Madrid, por ejemplo, les va el rollo más clásico) para ser considerado moderno tiene que incluir obligatoriamente a) una escena escatológica b) uno o varios tipos en calzoncillos c) gente gimiendo y sollozando de forma incoherente aunque no venga a cuento ni encaje en la trama d) frenéticos correteos por los pasillos e) algún elemento grotesco o gore, aunque haya que meterlo con calzador f) varias catarsis extremas, combinadas con momentos de supuesta comicidad.

No digo que todo coincida en Celebració (Festen), pero sí es que uno solo de esos síntomas hace temer que nos hallemos ante la puesta en escena de un imitador a lo pobre de Bieito, que es algo así como un cocinero que se pone a innovar haciendo algo menos que pan con tomate deconstruido.

Quiero decir que ¿qué tiene cierto ambiente cultual catalán en contra de la progresión dramática convencional? No es que la experimentación sea continua, es que hay una línea supuestamente rompedora que acaba siendo siempre igual. Es como leer un libro de Lucía Etxebarría: al principio todo es transgresión, pero a la tercera novela sobre anoréxicas de torturada vida sexual, ya aburre. Pues eso.