26 febrero, 2011

Más saltos neoyorquinos

Se siente un extraño abriendo un cuaderno de notas y escribiendo en él con un bolígrafo en una cafetería cuando al levantar la vista encuentra gente en cada esquina toqueteando sus smart phones. No hay nada malo, y aún menos un atisbo de superioridad, simplemente soprende hacer algo de una forma caduca, que lo acerca a uno más a Voltaire (salvando las distancias) que a sus coetáneos. Por primera vez en mi vida, contemplar mi horrenda caligrafía me procura un placer especial. Ocho horas atrás, tenía frente a mí, colocado sobre un atril de espuma protectora, un ejemplar de la primera edición de "El Gran Gatsby", fechada en 1925, que perteneció a Scott Fitzgerald y en la que uno encuentra anotaciones a lápiz de su puño y letra. La chica a mi derecha repasaba cuentos manuscritos de Salinger y el periodista Xavi Ayén, sentado frente a mí, buceaba de forma apresurada en la correspondencia de Vargas Llosa. Nos hallábamos en el Department of Rare Books and Special Collections de la Firestone Library de la Universidad de Princeton. Silencio con connotaciones espirituales, amplias mesas de madera con la sola presencia de la característica lamparita verde de bibioteca (bolígrafos y papeles propios terminantemente prohibidos), imponentes ventanales verticales por los que se filtraba una luz pálida y, aquí sí, la inevitable sensación de que uno era más sabio mientras permaneciera dentro de los límites de ese confinamiento literario. El trayecto de hora y cuarto en tren entre Penn Station y Princeton Junction permite que el pasaje se sienta transportada a un cuento de Yates o de Cheever o creerse Don Draper de camino a su oficina con minibar de Madison. En el interior de los vagones no parece haber cambiado nada en las últimas décadas. El uniforme apolillado de los revisores que, enfundados en sus ridículas gorritas, atan los billetes perforados en una pestaña de metal sobre los pelados respaldos de los asientos de cuero de color marrón claro, resultan el elemento que contribuye más decisivamente al ensueño. En esos trenes uno no necesita sacar un cuaderno y un bolígrafo para viajar atrás en el tiempo, basta acomodarse.

23 febrero, 2011

Diario neoyorquino (2011)

Nueva York, 22-02-2011


1. Pese a mis reiteradas visitas a la ciudad, nunca había prestado especial atención al desfile de inmensos cementerios que reciben al visitante que cubre por la autopista el trayecto entre JFK y Manhattan. Se antoja una chocante contradicción con lo que mejor define a NY: la energía, el movimiento, el bullicio, el ajetreo, la vida, en definitiva, acelerada, pasada de revoluciones.
Quizás como respuesta a la sensación de que, por mucho que la hayas recorrido y conozcas, NY nunca acaba de acogerte -ciudad que absorbe a todos en su remolino pero que no adopta a nadie- mi tratamiento de choque o ejercicio de descompresión avanzado de cara a integrarme rápidamente en ella consiste en comprarme "The New York Times" y entrar a leerlo en un diner (o, en su defecto, en una cafetería en la que puedas contemplar detrás de amplias cristaleras a los viandantes, encerrados dentro de sí mismos y con expresión hosca, cruzar apresurados las calles rebosantes de bolsas de basura, pisando el asfalto agrietado y minado de baches, y también los edificios rivalizando en verticalidad, como niños de acero y ladrillo buscando marcar con su cocorota una línea invisible en la inconmensurable pared azul del cielo). La combinación del pulido inglés periodístico del diario, el café aguado, el trasiego humano y la arquitectura desafiante provoca que al volver a poner el pie fuera la jungla recuerde más a un bosque.

2.Visita a la Morgan Library, santuario del afán bibliófilo de J.P. Morgan, el magnate de la banca cuya reverenciada figura resultaría incomprensible hoy que los de su gremio son vistos como adláteres de Satán. La biblioteca y su despacho, depositarios de joyas como estatuillas del Antiguo Egipto, una Biblia de Gutenberg o el original de la sinfonía nº 35 de Mozart quitan el aliento porque la ostentación que desprenden no ha borrado del todo la calidez, preservando asimismo un aire de reverencia por la sabiduría. Produce un impacto similar al de esa suntuosa mansión donde se rinde culto al arte que es la Frick Collection: una apestosa cantidad de dinero al servicio del buen gusto.En la segunda planta una exposición sobre diarios personales de Thoreau, Einstein y Charlote Brontë, entre otros, permite confirmar la exacerbación de la duda y la depresión en los genios, al tiempo que evidenciar un elemento que los hermana con la mayoría de los mortales: el despliegue de una horrenda caligrafía.

P.S.: Leo en "TNYT" que en Kabul apenas hay ascensores y que entre estos la mayoría no funciona, lo que tampoco importa puesto que el grueso de la población no los utiliza al desconfiar de su seguridad, lo que no resulta nada risible si tenemos en cuenta que no están obligados a pasar ninguna inspección. No deja de llamarme la atención que esta haya sido la primera noticia que se ha cruzado por delante de mis ojos en NY, seguramente una de las ciudades con un mayor índice de ascensores por cápita del planeta.

04 febrero, 2011

Sobre "1Q84" de Haruki Murakami

Publicado en el suplemento "Cultura/s" el 2 de febrero de 2011.


"Un agujero negro concentra tal cantidad de energía que genera un campo gravitatorio o curvatura del espacio-tiempo que da forma a lo que los científicos denominan “horizonte de sucesos”. Este consiste en una superficie cerrada más allá de la cual ninguna partícula puede salir. Por su capacidad para absorber la atención del lector, por su tratamiento de la insondable oscuridad del ser humano, por su afición a retorcer las leyes de la física y por sus escarceos para empujar los límites narrativos hasta rincones ignotos, 1Q84. Libros 1 y 2 parece querer modelar en términos literarios lo que la idea de un “horizonte de sucesos” sugiere a todos aquellos lectores-soñadores que no están familiarizados con la cosmología. De nuevo Haruki Murakami abre una grieta entre dos mundos por la que se cuelan involuntariamente sus protagonistas para intentar avanzar a tientas del desconcierto al orden, de la oscuridad a la luz, de la incógnita de sí mismos y de su entorno a algún atisbo de sentido, por difuso que sea. Con ello de quien está hablando el autor es de ti, el individuo que abre su novela para aventurarse en lo desconocido, sentirse un Perceval de 17 años o una Doncella de Orléans de 25 a la caza de misterios trascendentes. Unos y otros, criaturas de la imaginación y criaturas de carne y hueso, nunca salen de la historia como entraron, pues leer a Murakami es una experiencia transformadora, es adentrarse en un bosque, bajar a un pozo, pasear por un sueño, cavar una zanja… de cara a resolver conflictos internos. En palabras de Hölderlin: “Donde crece el peligro crece también la salvación”.

1Q84. Libros 1 y 2 se despliega a lo largo de seis meses de 1984 y guiña los dos ojos al clásico de George Orwell -en su título, jugando con la similar pronunciación del número 9 y de la letra Q en japonés, y en la denuncia de los lavados de cerebro- pero el año que puso en marcha sus engranajes fue otro. En enero de 1995 se produjo el terremoto que asoló Kobe, la ciudad natal del escritor y, sólo tres meses después, los atentados con gas sarín en el metro de Tokio. Profundamente conmocionado, Murakami, que llevaba varios años en el extranjero para huir de la celebridad y de un sistema político-social que consideraba opresivo, decidió regresar espoleado por un compromiso moral con su dañado país. Su inmediata reacción profesional fue la publicación de Underground y The Place That Was Promised, libros de entrevistas con algunas de las víctimas del ataque y algunos miembros de la secreta Aum que los perpetró, respectivamente. Al desatarse luego el trauma colectivo del 11-S el autor de Sputnik, mi amor pensó que esa sensación de irrealidad en la que había quedado sumido el planeta tras la emisión en bucle de las imágenes de las Torres Gemelas derrumbándose ya había sido experimentada con anterioridad por los suyos en el 95. Enfrentados a una conspiración de fanáticos capaces de poner en entredicho la realidad misma, los conceptos del bien y el mal se dislocaban y estallaba la duda: ¿dónde queda ahora la ética?

En cierta forma, 1Q84, con su imaginativa, abstracta y enigmática relectura del pulso entre el ying y el yang, supone una búsqueda de posibles respuestas, aunque con la particularidad de emborronar los límites entre ambos polos desde el momento en que uno no puede confiar en la fiabilidad de sus sentidos. Todo esto puede sonar confuso y ambiguo, pero, señores yseñoras, que nadie se sorprenda, estamos ante “un Murakami” mayor y ya se sabe que es un territorio no cartografiable, inasequible al GPS, el mismo por el que con anterioridad han asomado cráneos de unicornio que emiten luz, sapos que anuncian el fin del mundo, clones que suben a una noria, seres sin sombra…

En capítulos alternos 1Q84. Libros 1 y 2 nos cuenta la historia de Aomame y Tengo, ambos de 29 años, quienes tuvieron un extraño momento de intimidad cuando eran compañeros de escuela para jamás volverse a ver, pero que, veinte años después, siguen intrigados por su significado oculto y se sienten unidos de una manera inexplicable. Aomame es profesora de estiramientos musculares en un gimnasio, mientras que Tengo lo es de matemáticas en una academia. En sus ratos libres, ella asesina a hombres que han maltratado a mujeres asestándoles una aguja de fabricación propia en un punto de la nuca. Él escribe novelas que no llegan a publicarse. Son tipos solitarios, melancólicos, rendidos a las inercias, apegados a las rutinas, a la paciente espera de una revelación sobre el otro que quizás nunca llegue. Pero algo ocurre. Unas escaleras en medio de una autovía y la reescritura de una hipnótica novela de una adolescente los transportan de 1984 a 1Q84 (“Q de Question Mark” se nos indica). A partir de aquí penetramos en coordenadas que harán ulular a los seguidores de Fringe, esa serie sobre universos no paralelos sino superpuestos y marcados por sutiles diferencias aunque enfrentados a la mutua destrucción. 1Q84 parece un espejo de 1984, pero en él hay dos lunas, y la policía ha mutado de uniforme y de arma reglamentaria. El mundo ha cambiado de agujas y Aomame y Tengo se han visto convertidos en actores arrojados a un escenario en el que no saben qué papel juegan en el equilibrio de fuerzas entre dos antagonistas sobrenaturales: la Little People y la anti Little People. SIC.

Lo que sigue a partir de aquí, es decir, el esclarecimiento de los designios de los protagonistas, puede explicarse cómo la conjugación de preceptos narrativos de los citados Lewis Carroll (cruza el espejo y encuentra tu camino hasta liquidar al maligno) y Antón P. Chéjov (si en la historia aparece una pistola, en algún momento ha de dispararse) con el objetivo de condenar el abuso físico de las mujeres (en la senda de 2666 de Bolaño y la primera entrega de Millennium de Stieg Larsson) y la anulación del individuo llevado a cabo por los cultos religiosos. Durante el alucinado trayecto, el lector topará con nuevas atracciones de Murakamilandia: bocas de cabras ciegas, crisálidas de aire, un pueblo habitado sólo por gatos, una variante siniestra de Blancanieves y los siete enanitos, un perro que adora las espinacas, una cabaña en el bosque donde la comida permanece siempre humeante, un experto en tallar ratones de madera, un recuerdo erótico imposible, la fusión entre el fin del mundo y una patada en los testículos…

Aviso para el pasaje de este viaje astral: consecuente con los pequeños cliffhangers que el autor disemina con habilidad a lo largo de toda la novela, 1Q84. Libros 1 y 2 es un gigantesco cliffhanger que tendrá próximamente continuación en un Libro 3, amén de rumorearse que en el futuro podría haber un Libro 4 o una precuela. Su compleja mitología con un pie en el romanticismo fatalista y otro en la intriga paranormal remite a la serie televisiva Perdidos de la que Haruki Murakami es fan. Como esta, la multitud de interrogantes que abre y su poder de encantamiento perfilan en su horizonte de sucesos un punto y final que no podrá contentar a todos. Para algunos su responsable se convertirá en uno de esos monarcas que un día escuchó la voz de Dios para luego tener que morir sacrificado. Para otros su creación resonará para siempre como la Sinfonietta de Janácek en los oídos de Aomame. En cualquier caso: To be continued.