22 julio, 2005

Cheever


En septiembre se reeditan "Falconer" y "Oh, What a Paradise it Seems".


"A short story is what you tell yourself in a dentist office while you´re waiting for an appointment. The short story has a great function, it seems to me, in life. Also it’s the appeasement of pain, in a very special sense -in a stuck lift, a sinking boat, a dentist´s office or a doctor´s office- where we´re waiting for a death warrant. Where you don´t really have long enough for a novel, you do the short story. I´m very sure that, at the very point of death, one tells oneself a short story, not a novel".

"No disimular nada ni ocultar nada, escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad; escribir sobre mi torpeza sexual, el sufrimiento de Tántalo, la magnitud de mi desaliento, mi desesperación. Escribir sobre los necios sufrimientos de la angustia, la renovación de nuestras fuerzas cuando aquéllos pasan; escribir sobre la penosa búsqueda del yo, amenazado por un extraño en la oficina de correos, un rostro apenas entrevisto en la ventanilla de un tren; escribir sobre los continentes y las poblaciones de nuestros sueños, sobre el amor y la muerte, el bien y el mal, el fin del mundo".

"Cuando la autodestrucción entra en tu corazón, al principio parece un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo infectado; pero pierdes el tren de las ocho y veinte y llegas tarde para solicitar un aumento. El viejo amigo con quien vas a comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido y significado. Para recuperar cierto propósito y belleza bebes demasiado en las fiestas y te propasas con la mujer de otro, acabas por hacer algo tonto y obsceno y a la mañana siguiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo, sólo encuentras un grano de arena".

Pi/Q: You should be in my space.

19 julio, 2005

Cuando vuelvas a mi lado


Plantón frente a la puerta de llegadas de la Terminal B del aeropuerto del Prat un mediodía de sábado. Lo que debería ser un incordio deviene enseguida una experiencia tan entretenida como activadora del riego pensante. Una representación bullanguera y en chancletas de la ONU se funde en una catarata de emociones a base de achuchones, abrazos de oso, lagrimeo histérico, besos húmedos, fervorosos apretones de mano… Apenas soportamos al prójimo, pero no hay nada como apartarlo de nuestro lado muchos kilómetros durante un número considerable de días para provocar un reverdecimiento del cariño. Esta paradoja la personifica una argentina que procura una alegría desbordante a su reencontrada compatriota asegurándole que le ha traído el vídeo (pronunciado con acento en la “e”) de la boda que se perdió. ¿A alguien en su sano juicio, no alterado por los efectos perturbadores de la morriña sumado a un noqueante jet lag, podría encendérsele el rostro con ilusión genuina ante tan abominable propuesta? Igualmente, una madre de look carrinclón recorre embelesada con los dedos el corte de pelo rasta y los piercings con que su retoño ha decidido arruinarse la cabeza. Si lo hace en casa, lo pone un mes a pan y agua, pero la distancia ablanda el juicio y la veo poner cara de sorpresa agradecida. Una pareja gay holandesa hace de sus respectivos labios un imán que succionaría un portaaviones a 10.00 kilómetros, unos novios alemanes parecen querer partirse mutuamente las espaldas. ¿Durará la tregua hasta la cola de los taxis o se aplazará hasta después de la siesta? Qué bonito es viajar, sí, te da mundología pero, sobre todo, aumenta tu caché sentimental sin necesidad de soportar villancicos ni de estar dos metros bajo tierra.

14 julio, 2005












PI/Q: In your future where will I be?


12 julio, 2005

El tesoro de Jean

“Se peinaba a lo garçon, la viajera que quiso enseñarme a besar en la gare d’Austerlitz”, decía Sabina. Algún colega canguro se lo hubiera permitido, solo por la forma de sus cabellos. Y yo también, si se pareciera a Jean Seberg. Sí, quizá os invada una sensación de déjà vu canguril, pero yo no quiero hablar del pelo de la adorable Seberg, sino de su transformación en traidora femme fatale en mi recién descubierta “Al final de la escapada”.

Sé que voy con cierto retraso en algunos disfrutes imprescindibles: descubrí la grandeza de Paolo Conte años después de engancharme a la banda sonora de “French Kiss”, donde brillaba su “Via con me”. No cené en un japonés hasta que alguien a quien hace mucho que no veo me propuso probar el sashimi y el sake. Y mi afición a la lectura empieza a despertar, temo que testimonial y veraniegamente, tras algunos merecidos ataques a mi vagancia.

Esa pereza (y mi adicción a cierta televisión: ¿habéis visto “Perdidos”? ¿Y “Nip/Tuck”? ¿Y “Urgencias”? ¿Y...?) es la que frecuentemente me impide intentarlo con Kiarostami, Bergman o Godard. Pero a veces uno rompe sus propias barreras y con “Al final de la escapada” ha valido la pena. Godard nos cuenta una eterna historia de amor fou, de hombres que ponen su vida en manos de la mujer que aman, mal negocio. Y, de paso, se inventa la Nouvelle Vague. Cierto que esa anarquía formal puede resultar irritante, pero el contraste entre el adorable físico de Jean Seberg y la innata y malévola peligrosidad de su personaje puede con todo.

El Michel de Belmondo es un asesino, un ladrón, un indeseable, y ella cumple con su cometido de buena ciudadana denunciándole. Pero el Michel de Belmondo es un hombre enamorado hasta los huesos, que no duda en poner su vida entera en manos de una americana que se acuesta con su jefe a cambio de poder publicar unos articulillos en un prestigioso periódico. El Michel de Belmondo escogería la nada al dolor, porque él solo se permite optar entre el todo o la nada. Cuando descubre la traición de Patricia/Seberg pierde todas sus ganas de seguir adelante. Y elige, por supuesto, la nada.

El Michel de Belmondo, como mi colega canguro, como Godard, se dejó seducir por el rostro angelical y el pelo a lo garçon de la viajera que quiso enseñarle a besar... Yo también caí preso de su encanto, lo confieso. Qué le vamos a hacer si nos van las femmes fatales...


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PD: En breve lapso de tiempo recupero por fin (y sin asomo de esa pereza antes reseñada) “El tesoro de Sierra Madre”. Menudo peliculón, merece una entrada aparte.

A Bill Gates no le gusta que digamos subidón

Es un titular fácil, lo sé. Digno de El Periódico en sus horas bajas y/o veraniegas. Digno del Qué casi cualquier día del año. Pero es lo que tiene trabajar en una agencias de noticias: que a fuerza de escribir titulares tipo “Llamazares asegura que el PP ‘ha extendido una cortina de humo’ sobre los atentados de Londres porque ‘vive en la mentira’” una acaba loca por trabajar en el Qué me dices, donde seguro que la reunión para decidir los pies de foto merece una visita…


El caso es que al corrector del Word le parecen mal todo tipo de palabras curiosas. Y no hablo de caca, culo, pedo, pis (veo que le gustan todas esas). Hablo, por ejemplo, de granuja. O de pazguato. ¿Por qué no le gusta a Microsoft que yo diga pazguato? Si es de lo más bonito y castizo. Si es una palabra chulísima. Pero, ay, esa tampoco puedo decirla.

Igual que no puedo decir que estoy de subidón, ni que la vida es guay, ni que mis compañeros de trabajo son majetes. No deja que llame a nadie lelo, pero sí imbécil. También gilipollas, pero no palurdo, ¡con lo bien que suena palurdo!

La palabra tetas le ofende. Los niñatos le molestan, pero, bueno, ¿a quién no?

En el mundo de Word (valga la redundancia) no hay pijos. No existe la autoironía. Tampoco los lameculos, pero eso está bien, supongo.

No le gustan las cosas que se desarrollan de forma ininterrumpida. Ni nada que ocurra tropecientas veces. En ese sentido es pelín exigente, porque tampoco admite que las chuches, el desapego o los intentos de versionar canciones. Ya ves cuántas condiciones.

El Word no cree que las cosas puedan molar. Ni siquiera molar mucho. Por eso algunos diminutivos le parecen poco ortodoxos: fiestecita es poca fiesta. Sobre todo siendo imposible la existencia del famoseo, ni la del estado catatónico, que es uno de mis preferidos tras una buena fiesta.

Se pone muy RAE en cuanto hablamos de currículums (currículos deberíamos decir, como El País, el único valiente que se atreve con el hipercorrecto carné /carnés) (debo hacer notar que tampoco le gusta la palabra hipercorrecto), pero luego niega la existencia de los viajes iniciáticos, con lo que se carga buena parte de la literatura universal, de paso.

Alegraos, porque no cree que haya treintañeros en este mundo. Los veinteañeros no le parecen mejor, si os consuela. Los cuarentones, en cambio, gozan de todas sus simpatías. Así que suerte, que a eso, con tiempo, llegaremos todos. Aunque el Word le quite toda la gracia al idioma por el camino.

08 julio, 2005

Love me or leave me

Pocos cosas hay en la vida tan rematadamente perfectas y placenteras como dejarse masajear los oídos por la voz de Nina Simone. En la novela negra es recurrente concluir que se puede matar por unos ojos o por unas piernas femeninas, pero ella deja claro que unas cuerdas vocales también podrían están en el haber del derramamiento de sangre. Payasa y tierna, explosiva e intimista, en cada una de sus canciones ralla su alma con navaja de barbero hasta que queda reducida a sentimiento puro, microscópico. El desamor es su terreno, su cancionero la cicatriz de apostar toda tu necesidad de cariño al rojo y que salga negro. Sus letras hablan de cubitos de hielo en forma de corazón intentando sobrevivir en una hirviente taza de té amargo, de una sábana negra tendida en un solar infestado de gatos. Su poesía es la de la miserable pérdida de la dignidad por sentir mucho y mal, una justificación del arrastrarse por quien utiliza nuestros sueños como papel de fumar. En Don´t explain –donde susurra un “Hush now” que, a título personal, es la cristalización sónica del erotismo- llora la esposa engañada y en The Other Woman se retrata el patetismo de ser la amante eterna, la otra. Todo el mundo sufre en la casa del dolor de Nina porque es un retablo sincero de la vida, pero de golpe te suelta una risotada liberadora para que te levantes, dejes de autocompadecerte y bailes, puñetas, que son dos días.

01 julio, 2005

Una de perros

Cuenta una leyenda coreana que existe una escurridiza raza canina que muda de color de pelaje con la caída del sol, pasando del blanco que luce durante el día a un un rojo sangre que dura tanto como la presencia de la oscuridad, mutación cromática curiosa por cuanto, en teoría, debería corresponderse con el tinte desprendido por el actante rayo verde. El primero que sea capaz de ver este prodigio experimentará un momentáneo parón de sus constantes vitales, que derivará en una empática y también radical transformación, mas no física o exterior, sino vital o biográfica, pues el destino del perro pasará a ser el suyo. En un observatorio científico sito en una de las dicesiséis islas que conforman el panameño Golfo de Chiriqui han sido testigos de una extraña emisión lumínica de tonalidad purpúrea de la que no han logrado todavía definir su fuente ni establecer sus propiedades. Barajo dos posibilidades: 1) se ha producido la improbable circunstancia de que uno de esos raros ejemplares de mejores amigos del hombre ha sido puesto en órbita y, al entrar en contacto con los gases estratosféricos, ha generado una nueva variante cromática o 2) la profecía se ha cumplido y el primer infeliz ser racional que en su día fue un testigo en silencio del fenómeno ha demostrado que esos fantásticos perros emiten un destello al morir (invisible a nuestros ojos, se entiende), pero que en su caso se ha mutiplicado de forma espectacular por la mayor complejidad genética y anatómica del hombre.