07 junio, 2005

Colapso

No voy a quejarme, pero debería. Sobre todo por esa especie de tendencia natural a la acumulación de circunstancias estresantes en las que se convierte la vida de los seres humanos a medida que se hacen adultos (todavía tengo tendencia a decir “hacerse mayor”, igual que cuando hablo con mis amigas del colegio sigo diciendo “cuando éramos pequeñas”, que es una expresión que me encanta).

Podría pensarse (y esta es una reflexión muy pueril, me consta, pero es que una es un poco “pequeña” todavía, o eso me gusta creer) que a medida que una se hace adulta y se libra de los estudios y empieza a tener trabajillos y a vivir por su cuenta y a hacer más o menos lo que le viene en gana, todo resulta más sencillo. Cuando seas padre comerás huevos, decía mi madre antes de prohibirme casi cualquier cosa prohibible. Y esta sabia reflexión del refranero popular (que mi profesora de lengua de COU criticaba, ante nuestro estupor, por ser un “simplificador del pensamiento que impide que la gente se esfuerce en formular sus pensamientos de forma original”) significa que cuando eres mayor (jeje, qué infantil otra vez) tú decides concretamente lo que quieres comer, ya sean huevos o cualquier otra cosa. Bueno, más o menos.

Pero resulta que “un gran don conlleva una gran responsabilidad” (una cita de “Spider-man”, uau, qué nivelazo), así que por cada huevo que decides comer, como si dijéramos, resulta que te toca alimentar a catorce gallinas. Y basta de alegorías agropecuarias. ¡Y todo para decir que esta semana está siendo horrible!