28 octubre, 2008

Reino Animal

Clasificación del reino animal según una enciclopedia china imaginada por Jorge Luis Borges:


- Pertenecientes al emperador
- Embalsamados
- Domesticados
- Cochinillos
- Sirenas
- Fabulosos
- Incluidos en la presente clasificación
- Que se agitan como locos
- Innombrables
- Dibujados con un pincel muy fino de pelos de camello
- Que acaban de romper el cántaro
- Que de lejos parecen moscas
 
La lista me provoca las siguientes reacciones.

1. Un asombro y una admiración que me lleva a pensar que está a la altura de un poema redondo.
 
2. Que me gustaría resultar una combinación de la sexta y la octava.

3. Que lamentablemente estoy más cerca de la tercera y la onceava.

4. Que mi entorno me percibe cerca de la primera si me conoce un poco y de la cuarta si no aspira a hacerlo.

5. Que lo verdaderamente bonito sería pertenecer a la décima.

6. Que la segunda y la quinta son las que me producen mayor angustia.

7. Que se pueden añadir de inmediato algunas categorías más:

- Extinguidos
- Soñados
- Sorteadores de trampas
- Musicales
- Daltónicos
- Ideales para la reproducción a escala en llaveros
- Ídem en señales de tráfico
- Incomestibles
- Instantáneamente adoptables
- Que te recuerdan a alguien




21 octubre, 2008

Park Hyatt Tokio


Bar en la planta 42 del Hyatt Park de Tokio, tercer protagonista de "Lost in translation". Llamadme mitómano y acertaréis. Junto a mi mesa con velita protegida por una pantalla de papel de arroz se levanta un enorme ventanal desde el que se despliegan unas sobrecogedoras vistas nocturnas de Tokio. El panorama provoca tal afasia que viene a ser a una megalópolis lo que el Cañón del Colorado a una formación de la Naturaleza. Los rascacielos iluminados parecen comunicarse entre sí lanzándose mensajes en morse a través de las tilitantes luces rojas que los coronan y que, en verdad, son guiños de advertencia, bellas señales disuasorias dirigidas a los pájaros de hierro que los sobrevuelan.  Repasando mentalmente otras vistas urbanas que me han impactado, como las de Hong Kong desde el Hotel Peninsula o las del skyline de Manhattan andando por el puente de Brooklyn, me doy cuenta una vez más de lo afortunado que he sido en la vida. 

De la carta me sorprende la inclusión de pan con tomate con aceite de oliva y ajo. No puedo resistirme. Como intuía, es una deconstrucción líquida y minúscula de la que Ferran Adrià se sentiría orgulloso. Lo segundo que logra desclavar mis ojos de la hipnótica alineación vertical de acero y luz eléctrica es el posavasos, que muestra a un niño con una máscara veneciana y un sombrero de papel. Me lo meto en el bolsillo. Necesito un nombre japonés de mujer para una historia y le pregunto el suyo a la frágil y sonriente camarera que me sirve. Me lo escribe amablemente en un papel en caracteres japoneses y occidentales. Solo puedo reproducir los segundos: Kanako Kinoshita. 
En el ascensor de camino a la planta 57 pienso en los motivos por los que me fascina la mujer japonesa (la bonita, obviamente, como en todas partes las hay que provocan pavor): esa delicadeza de rasgos y gestos, la línea del horizonte que dibujan al amusgar los ojos, esa fragilidad ósea, esos cuerpos plancha, modelo alambre que estalla contra los principios elementales del gusto mediterráneo, léase la voluptuosidad y la curva. 
Nuevas vistas más impresionantes si cabe, esta vez con el acompañamiento del melos timbre de una cantante melódica. Me asignan un sitio en una mesa larga de mármol, la misma en la que, a escasos metros a mi derecha, se sentaba un achispado Bill Murray quien, con la pajarita descolocada, le sugería a Scarlett Johansson una de las locuras irrealizables más deliciosas de la historia del cine: un plan de fuga de la realidad que los llevara a fundar un grupo de jazz (también traducible por "depositemos en la atracción que sentimos el sueño de abandonar nuestras insatisfechas vidas").
En estos momentos me siento dichoso pero, de forma paradójica, la buena fortuna inquieta porque, al no conocer los motivos por los que le señala a uno en vez de a otro, eres consciente de que tan caprichosamente llega como se va. Si sumamos a esto un absurdo sentido de la culpabilidad -tamaño bolsillo del que corroe a los supervivientes de un accidente masivo- por momentos la suerte, en vez de bendecir, asusta. Al mismo tiempo (paradoja sobre la paradoja) consigue reforzar la mayor lección vital: Ahora es el momento.
Me tomo un dulcísimo Bellini. Adoro los cocktails, me parecen una de las más convincentes  aspiraciones humanas a la perfección: una creación sabrosa y sofisticada que consigue desinhibir con un toque de clase. Además, por principio, si estás tomándote un cocktail es que estás esculpiendo un rato feliz, seguramente en buena compañía, ahuyentando las penas y ralentizando el tiempo. Nada malo puede ocurrirte mientras te llevas a los labios un cocktail. En esto se parecen a los hoteles de lujo como este, territorio amigo, casa de todos y lugar de nadie. Me chiflan pues constituyen un entorno a la vez protector e irreal, donde sentirse seguro y parte de una fantasía. Allá donde viaje procuro pernoctar en ellos o, cuanto menos, visitarlos, aunque sólo sea para degustar un cocktail. Apuesto a que en una de las suites del Park Hyatt mis cenizas reposarían eternamente agradecidas. En especial de noche, mirando hacia afuera, a las parpadeantes luces encarnadas de los rascacielos de Tokio. 

14 octubre, 2008

Desahogo mensual

Hay algo de nuestro contrato de alquiler que no entiendo.

Pagamos más de 600 euros mensuales de alquiler por un piso situado en la tercera planta de una finca construida hace más de 70 años, que no tiene ascensor y que nadie pinta desde la guerra civil. El piso no está mal y últimamente hasta nos oímos decir que por ese precio es un chollo.

Desde que entramos, hace ya cuatro años, se han hecho las siguientes mínimas e imprescindibles reformas:

- Instalación de teléfono y barra de ducha. No por porque nos apeteciera renovarlas, sino porque cuando llegamos no había ninguna de las dos cosas.
- Instalación del cristal de una de las ventanas de mi habitación, que seguramente rompió el pintor al darle una mano de pintura al estucado antes de poner el piso en alquiler de nuevo.
- Desmontaje de las persianas de libro del balcón, que se habían quedado podridas en sus goznes y parecían capaces de transmitir enfermedades ya extinguidas.
- Pintura de la barandilla del balcón, absolutamente llena de óxido. Imposible tender en el balcón junto a esa cosa.
- Cambio de la manija de dos puertas que se quedaban atrancadas.
- Cambio de la cisterna del lavabo, que se pasó dos años goteando.
- Cambio del grifo del lavamanos, que un buen día dejó de cerrar.
- Instalación de gas natural. La dueña de la finca pagaba hasta el marco de la ventana, de ahí para dentro era cosa nuestra.
- Cambio de la llave de paso de agua, que sencillamente dejó de cerrar.
- Instalación de la línea telefónica, cajetilla incluida, porque alguien la había arrancado.
- Instalación de bisagras nuevas en uno de armarios de la cocina, tras encontrarnos un día la puerta en el suelo por culpa del óxido.

No nos hemos puesto a reformar la cocina, que falta le haría. Ni a renovar el baño, que otro que tal. Nos hemos limitado a reparar lo que se caía a trozos ante nuestros ojos, o lo que podía hacernos la vida más cómoda con un mínimo gasto. Y todas y cada una de esas veces, antes de ir a la lampistería del señor Iniesta (hola, señor Iniesta) o de encarar mi enésima visita a Cofac, he llamado al administrador y le he preguntado por qué teníamos que hacernos cargo de las reparaciones, sin que sus respuestas resultaran en ningún caso convincentes.

Esa semana hemos tenido que cambiar los otros dos grifos de la casa, el de la cocina y el de la ducha, que estaban dando sus últimos estertores y amenazaban con dejarnos tiradas cualquier día de estos. 212 euros de factura. Este es nuestro nuevo grifo de cocina:



Es un gran grifo. Me ha hecho tomar una gran decisión. Puesto que lo he pagado, el día en que me vaya de este piso me lo llevo conmigo. Y mi compañera de piso se lleva el de la ducha. Y ya hablaremos del cristal, la barra, el otro grifo, los cables del teléfono, la instalación del gas y la cisterna del lavabo… Igual también nos los repartimos, a la salud de la normativa sobre el alquiler y de la propietaria de la finca. ¿Que no me atrevo? Bueno, ya veremos si me atrevo…