23 mayo, 2005

La música del azar

Tengo una amiga que hoy cuesta que se ponga al teléfono porque está reunida todo el día con señores trajeados y recorriendo el mundo a la caza de talentos, pero que de adolescente era un espíritu salvaje que se sentía desencajada del mundo e imitaba la pose rebelde de Patti Smith. Un verano, contando 17 años, aprovechó que sus padres estaban de viaje para fugarse de su Montreal natal con un novio roquero varios años mayor. Hicieron autoestop hasta San Francisco. Un día en que no habían parado de discutir y de caminar por el arcén sin descanso mientras una fina lluvia les calaba los huesos, cuando ya veían que tendrían que dormir al raso ante la inminencia de la noche, un coche se detuvo a su lado. De él salió su mejor amiga, una aparición sorpresiva fruto de una conjunción espacio-temporal prodigiosa. Se abrazaron y lloraron de la emoción. Repitieron trece veces las palabras "¡qué casualidad!". Acabaron cenando en un restaurante de San José. El novio de la amiga, el conductor del coche, se excusó y fue al lavabo. Mientras liberaba las cervezas de la tarde, un hombre se colocó en el mingitorio de al lado a hacer lo propio. Al mirarlo reconoció a su padre, al que hacía más de diez años que no veía, desde una discusión a resultas del testamento materno. Se abrazaron y lloraron de la emoción. Repitieron trece veces las palabras "¡qué casualidad!". El padre le presentó a su novia, una quebequesa de 30 y pocos años. La pareja se sentó en la mesa de los jóvenes. Hablando con mi amiga resultó que la chica conocía a su padre, pues le había dado clases de medicina en la Universidad de Montreal. Además, al salir del restaurante, advirtió que el coche que había comprado de segunda mano dos días antes su "hijastro" para recorrer la costa californiana le había pertenecido y puso como prueba la pegatina de la susodicha facultad. Mi amiga llamó esa noche a su hermano para darle su paradero y evitar que sus padres se preocupasen. Mientras se dirigía al teléfono público situado fuera del local, en el jukebox comenzó a sonar "Don´t say nothing" de Patti Smith. La voz que se puso al otro lado de la línea era la de su padre. Ella se quedó sin habla, sólo atinó a decir "papá". Las primeras palabras de su padre fueron "Don´t say nothing" ("No digas nada").