23 diciembre, 2010

Berlín Polar

Escapada relámpago para entrevistar a un tipo que primero vivió en una caravana holandesa, ahora en un molino berlinés y próximamente en una granja irlandesa. En su libro Sorry (Premio Frederich Glauser a la mejor novela negra de 2010 en Alemania, Suiza y Austria), el vegetariano, misántropo, neohippy y encantador Zoran Drvenkar, fenómeno germano de la literatura juvenil, ha transformado la necesidad de ser perdonado en el detonante de una carnicería y a ti, incauto lector, te ha reservado el papel de un psicópata.
Esto era sólo un preámbulo para colgar cuatro fotos apresuradas de un níveo Berlín donde reinaban con absoluta impunidad unas temperaturas que sólo podían hacer felices a un oso polar. Me sentí un producto de La Sirena. Luego me cancelaron el vuelo de regreso y descubrí que la rabia puede ser un soberbio anticongelante.










17 diciembre, 2010

TEMA DEL MES "QUÉ LEER" Nº 160

El escritor como trofeo

La obsesión de las publicaciones por ser los primeros y/o los únicos en publicar una entrevista con un escritor está saboteando el periodismo literario. Cuando la exclusiva es más importante que la satisfacción del lector, el modelo “Sálvame” se recorta en el horizonte. texto ANTONIO LOZANO


El periodista acaba de imprimirse los billetes de embarque para la entrevista que tiene al día siguiente cuando le suena el móvil. Es la jefa de prensa comunicándole compungida que no puede viajar. Un colega de la competencia ha puesto el grito en el cielo y ha amenazado con que su medio no publicará nada si tiene compañía.

Una jefa de prensa negocia tres entrevistas con un prestigioso autor, lo que le supone una cansina sucesión de cambios, un tira y afloja en forma de llamadas telefónicas y de emails a varias bandas. En el camino se suma el enfado del escritor, que ha aceptado a regañadientes un encuentro extra con la prensa (sólo quería dos) y el enojo de varios periodistas que han visto denegada su solicitud de una cita. Se hacen las tres entrevistas. Dos se publican y la tercera, la que más costó cerrar, no. ¿Motivo? Porque ya se han publicado las de la competencia.


Un periodista se lee una novela de quinientas páginas deprisa y corriendo porque debe apagar un fuego, prepara el cuestionario, se cita con el escritor, transcribe la cinta, completa el texto, lo envía. Pasan los días y aquella pieza que se encargó como si de su inmediata publicación dependiera el futuro de la cultura europea no da señales de vida. El periodista interroga a los jefes. “Ya está quemada, la dieron los otros, lo siento”. El periodista no cobra el trabajo porque no vio la luz, por lo tanto es varios euros más pobre (no muchos, por desgracia), siente un vacío de quinientas páginas en el estómago y hay una docena de horas de su vida con el mismo valor que un billete de lotería sin premiar.


Un lector se entusiasma con la entrevista a un escritor que aparece en su periódico de confianza. Recorta la página. Acude con ella a la librería. Ya siente en las palmas de las manos el peso del ejemplar e incluso diría que sus neuronas han comenzado a reproducirse a mayor velocidad ante la expectación del alimento intelectual que se avecina. Entonces es cuando le toca al librero el ingrato papel del aguafiestas al tener que comunicarle al cliente que aún faltan algunas semanas para que se edite el libro. El lector abandona entre frustrado y perplejo la librería; él juraría que cuando entrevistan a un actor o a un músico es porque su película o CD ya está disponible; también pondría la mano en el fuego al suponer que una exposición sólo se reseña si ya se ha abierto al público. Tendrá que comprobarlo.


Y tra la lí, tra la lá, en este conjunto de cuentos tenemos a tres periodistas furiosos, dos jefas de prensa amargadas y un lector con un palmo de narices. La única que sonríe ufana por encima de todos es la vanidad del responsable de la publicación que consiguió la exclusiva, que se adelantó al rayo.


El modelo Fórmula 1

Todos los casos reales descritos con anterioridad son el pan de cada día en la selva en que se ha convertido el periodismo literario (sólo puedo hablar por éste), una carrera por llegar antes, que no es por supuesto lo mismo que llegar mejor, y que muchas veces impide siquiera llegar. Uno pensaría que una publicación, sea un diario o una revista, debería ser un servicio público que tuviera como prioridad informar, orientar, asesorar y cultivar al lector. Por el contrario, parece que con demasiada frecuencia actúa movida por la satisfacción corporativa o personal de poder colgarse la medalla de haber dado algo antes que nadie o, mejor aún, de privarle al otro de la satisfacción de darlo. Esta conversión del periodismo en un campeonato de Fórmula 1 parte de la absurda presunción de que el lector de un medio de comunicación lo es también de los de la competencia. No es así, pero incluso si lo fuera, ¿por qué no pensar que la reiteración de un tema permitiría profundizar en él?

Si estuviéramos hablando de quién da el primer paso en destapar el nuevo caso Watergate se entendería el celo profesional, pero la materia prima con la que se trafica es el puro placer lector. ¿No es infantil privar a tu lector de un artículo sobre un autor de su interés porque un individuo que no conoce sí ha podido disfrutarlo en un medio que el tuyo no compra? En un momento en que las redes sociales y los blogs demuestran que lo que más valora el individuo es compartir, en que la recomendación abierta y vírica es la estrella, la fosilización de algunos medios al pretender apropiarse de los contenidos se antoja cavernícola. Cuando menos, la guerra por una entrevista o un avance editorial en exclusiva resulta particularmente ridícula ahora que estamos a un clic de docenas de ellas en todos los idiomas. La capacidad de cada periodista literario para convertirse en un prospector fiable y despertar interés por aquellos títulos que merezcan la pena debería ser la principal regla del juego y no la transformación de los escritores en trofeos. Si no, todos trabajamos de más, todos perdemos. De seguir así, el siguiente paso quizás sea adoptar el modelo de Sálvame y pagar a los autores para que se limiten a conceder entrevistas a las publicaciones que los patrocinen.

02 diciembre, 2010

"Cosas que desaparecen" por Bernardo Atxaga en "El País"

"Cuando no hay más lógica que la económica y solo ella dicta las normas, muchas cosas desaparecen. Desaparece la gente de las ventanas, porque el tiempo que hasta mediados del siglo XX se empleaba para ver pasar a la gente por la calle o para escuchar el canto de un pájaro se necesita ahora para hacer algo provechoso, es decir, para ganar algunos euros, o para preparar un examen, o para solucionar un asunto, o dos asuntos. Desaparece también la conversación, porque, al haber siempre un quehacer, la gente lo deja para otro día, otro sábado, otro verano. Desaparece igualmente la amistad, porque es difícil quedar, porque la gente tiene la agenda rellena. Por la misma razón desaparece la vida familiar. Como decía un tango, la gente llega a casa deshecha por la máquina, sin más gana que la de ver televisión. Además, siempre hay una llamada telefónica pendiente. Apareció un campesino que trabajaba para él, un hombre mayor, y Chillida lo saludó efusivamente. Me pareció que estaba emocionado: "¿Sabes? Yo siempre he querido mucho a mi país. Por eso quiero hacer esto. Será mi aportación, una forma de corresponder". El recuerdo resulta ahora descorazonador. Como dicen los ingleses, ninguna buena acción queda impune.Chillida-Leku era un lugar donde los amigos o la familia podían pasear tranquilamente, contemplando el paisaje y las esculturas y hablando de lo que, en general, no se toma en cuenta. De la ingravidez que el artista confería a la materia, por ejemplo, o del contraste entre la hierba y el hierro, o de la tradición de los herreros y ferrones del País Vasco. Pero, ¿quién podía permitirse el lujo de ir hasta allí y pasar la tarde? Resultaba difícil incluso para la gente de San Sebastián, porque diez kilómetros son diez kilómetros, y treinta esculturas -treinta esculturas abstractas- como ochenta o como cien, porque no puedes mirarlas y exclamar: "¡Una vaca!". Sin esa clase de expansiones, las dos horas que requería la visita daban la impresión de ser 12 o 14. Aunque, en realidad, aunque las dos se quedaran en dos, ¿no era mucho tiempo? Ah, quién pudiera ser vaca, y disfrutar de la bonita tarde o de la bonita mañana, y rumiar, y mugir despreocupadamente.

El caserío de Chillida-Leku se llama Zabalaga. Estuve allí con el escultor cuando todavía estaba en ruinas. Hablamos del "país" y de sus problemas, y de la marcha del arte vasco. Le vi un poco triste, y tuve el impulso de hacerle una confidencia. Había estado aquella semana en una reunión de artistas vanguardistas vascos, y uno de ellos había dicho: "No coincido con Chillida en muchas de sus posturas, pero como artista le admiro profundamente". A esa declaración le habían seguido otras, todas en el mismo sentido. Insistí con vehemencia: no estaba solo, no más de lo que suelen estarlo los verdaderos artistas.

No ha muerto Chillida-Leku por ninguna desidia, ni por la mala cabeza de nadie, sino por un aire que corre y que todo traspasa, por esa lógica económica que nos promete el paraíso y que sin embargo, aún en el mejor de los casos, nos quita lo único importante, el tiempo. Si esta materia preciosa vuelve al mundo, el museo resucitará, y con él muchas cosas maravillosas del pasado, ahora desaparecidas