18 noviembre, 2005

Sobre la felicidad

En "El viaje a la felicidad" (Destino)Eduard Punset elabora una fórmula de la felicidad que conjuga los factores significativos en la consecución de la felicidad con los factores reductores del bienestar y la carga heredada de la que es preciso desprenderse. La fórmula sería el resultado de dividir los primeros por la suma de los factores reductores y la carga heredada.

La felicidad es una tormenta de genes, cerebro y corazón; y entre los factores significativos que la procuran, el esencial y el que engloba y multiplica a los otros es la emoción. Cualquier proyecto que no nos emocione no tiene impacto en los índices de nuestra felicidad. Junto a ese factor fundamental, están la atención al detalle, la búsqueda (es decir, el espíritu multidisciplinar) y las relaciones interpersonales. Conviene tener presente que la felicidad está más en la expectativa de lograrla que en el logro como tal: “la felicidad está escondida en la sala de espera de la felicidad”, como comprobamos cuando esperamos un nuevo trabajo muy deseado o un encuentro sexual.

En cuanto a los factores reductores que habrá que desmontar, Punset aconseja desaprender la mayor parte de las cosas que nos han enseñado, filtrar las instrucciones inspiradas en el adoctrinamiento grupal, no interferir con lo que ya funciona y conseguir que el miedo (ya que la felicidad es, básicamente, la ausencia de miedo), en vez de paralizarnos, nos sirva de estímulo.

La carga heredada, de la que habrá que desprenderse, o, al menos, tener en cuenta, consiste en que todos somos mutantes, en el desgaste y el envejecimiento, el ejercicio abyecto del poder político y en el estrés que nos provoca aquello que podemos imaginar.

Dentro de unos años, dice Punset, el sistema educativo enseñará a los niños que el primer paso en la búsqueda del bienestar consiste en aligerar el denominador compuesto por los factores reductores de la felicidad y la carga heredada, así como en conocer el numerador de los factores significativos. Así, los niños dedicarán un año escolar a ponderar el peso de lo que no han desaprendido todavía, la influencia nefasta del adoctrinamiento grupal, su grado de desconfianza en los procesos automatizados y la medida de su miedo emocional; así como a medir su carga mutacional particular, las características del sistema político en que viven y su disponibilidad a imaginar el bienestar futuro y no sólo situaciones de estrés. Luego dedicarán dos años al estudio de las emociones y los restantes factores significativos, es decir, a saber ponerse en el lugar del otro y a entender la importancia de la comunicación y la vida social.