23 noviembre, 2005

¿Cómo te gustaría morir?


Compartíamos habitación en un hotel de El Cairo. Al otro lado de la ventana, tejados sucios, cielos encapotados y llamadas a la oración del al-mu´addin. Mi hermano sólo estaba por jugar a baloncesto a lo pobre, es decir, con papelera y pelotilla de papel. Yo, básicamente por leer (oh, ¡sorpresa!). Ya se sabe, la diferencia de edad. Lo único que nos ponía de acuerdo era ver videoclips de la MTV. En la cansina rueda ciclotímica de la cadena, uno de los más presentes por entonces era el de la canción Yellow, esa preciosidad de Coldplay antes que fuera Coldplay, con un lechoso Chris Martin con pinta de chico de barrio humilde salido de una peli de Ken Loach corriendo por una playa desierta. Alex dice que me descubrió el grupo porque él asistió a un pase más tempranero del vídeo. Aunque discutible, la idea me gusta, mejor me pone melancólico en un momento en que, justo habiendo él rebasado la mayoría de edad, lógicamente ya no me hace el menor caso y, al igual que pensamos que repetir cualquier banalidad con los que ya no están nos llenaría de gozo, yo ahora tengo unas ganas terribles de jugar a basket liliputiense. El caso es que todo producto que es acogido por las masas recibe una respuesta de rechazo de idénticas proporciones por los ansiosos de diferenciación, esos mismos que tampoco van al lavabo ni les pica un jersey de lana gruesa, pero no ha sido mi caso, sigo pensando que con toda su posible simpleza técnica y su estudiado dirigismo sentimental, su música es pura e insoslayable maquinaria emotiva, si te pinchan un dedo sangras ---> si escuchas The Hardest Part o The Scientist tus fibras tiemblan; si comes un pastel de crema te sube el azúcar ---> si escuchas Speed of Sound o Fix You tus pies se mueven como pececillos asustados. No hay vuelta de hoja.
En el concierto (bien a secas) ofrecido por la banda el pasado domingo en el Palau Sant Jordi -que, eso sí, tuvo un excepcional momento cuando Martin, rodeado por seguratas salió corriendo en estampida hasta la segunda gradería, donde se mezcló con el público para cantar el estribillo de In My Place- se me cruzó por la cabeza una idea algo morbosa. Pensé que una de las más excitantes formas de morir podría resultar de subirse a un escenario a escuchar nuestra canción favorita. Sentir la guitarra recorriéndote la espina dorsal, la batería retumbando en los huesos, la entrega extasiante del público, batirse las laringes con el líder. Sería una de los modos más cercanos que se me ocurren de librarse a la muerte tal y como la planteaba J.M. Barrie por boca de Peter Pan en sus ambiguamente célebres palabras "To die will be an awfully big adventure".