12 noviembre, 2005

Para seguir tirando


En el poco tiempo que hace que me obligan a escribir sobre desgracias ajenas (normalmente robos o accidentes de tráfico, a veces hasta te puedes permitir un titular divertido si no hay sangre) me ha dado tiempo de ver, y de reescribir, bastantes cosas, no siempre edificantes. Pero ninguna como la de ayer, como la de anteayer, para ser exactos. Me tocó seguirla muy de cerca, llamar a los hospitales, achuchar al corresponsal para que pasara información, redactar una y otra vez el relato cada vez más triste y más penoso y como más de tragedia griega de lo ocurrido. Y los detalles de lo ocurrido me dejaron muy tocada, tanto que al engancharme -sin poder evitarlo- al telediario de la noche y oír que el último niño, el bebé de mes y medio que habían trasladado a San Juan de Dios, había muerto casi en el mismo momento en que encontraban, entre las ruinas del edificio de Tarragona, el cadáver del ocupante del piso en el que se produjo la explosión (y presunto suicida, según se rumoreaba desde primeras horas de la mañana y luego casi confirmaron los investigadores), no pude evitar acordarme de ese hombre que había visto cómo el techo de su casa se desplomaba sobre su mujer y sus tres hijos y que gritaba, abrazado a los bomberos “Salvad a mis hijos, a uno por lo menos, para seguir tirando”. Y me puse a llorar, claro.