Todo enanito tiene, en un momento imprevisible a lo largo del primer tercio de su vida, un sueño premonitorio que le determinará de forma aplastante la existencia. Suele ser un pasaje breve e inesperado, integrado de forma aleatoria dentro de una secuencia onírica larga con la que no guarda ninguna relación (ni siquiera dentro de la arbitrariedad de los sueños), mas reconocible porque se desarrolla en un bicromatismo inaccesible al ojo enano durante el estado de vigilia y que jamás se vuelve a repetir. Definidos por la ambigüedad y la abstracción, estos sueños exigen un tremendo esfuerzo interpretativo y, por tanto, son altamente susceptibles de ser "leídos" de manera errónea. Sin embargo, el hecho de que contengan de manera encriptada información privilegiada sobre una amenaza futura a evitar a toda costa provoca que la tarea devenga imperativa. Cuando contaba 16 años y 26 días, el 8º enanito soñó, en imágenes cubistas que se deformaban en alucinados remolinos de astragantes tonalidades de indigo y bisco, cómo una microscópica parte de su cuerpo, que era incapaz de visualizar se despegaba del mismo y, al impactar sobre el suelo, perforaba un agujero en forma de canalón tenebroso que se perdía en las entrañas de la tierra y del que emanaban unos gritos que congelaban el espinazo. Despertó de un salto, bañado en el característico sudor con olor a remolacha en aceite de módena que provoca el terror en los enanos. Desplazó a un rincón de su maltrecha conciencia tan espantosa sensación hasta que, veinte años después, el sacrificio de la pestaña la trajo de vuelta en toda su descarnada impureza. (Continuará...)
27 marzo, 2007
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