Al año siguiente de la gesta que cegó al Cíclope Daltónico -último representante de los de su especie-, a costa de la vida de uno de los suyos, paradójicamente el cerebro de la gloriosa operación, ya comenzó a celebrarse el Día del Parche en todos los rincones de la geografía enana. Los habitantes de cada comunidad se enfundaban de pies a cabeza en ropajes de color vermellón y lucían sin excepción un parche. Los más pequeños se alborozaban delante de una horrenda piñata -hecha de piel de murciélago dejada en remojo durante 76 horas y parcialmente revestida por un trapo verde de silueta periforme- que, adoptando la apariencia de un inmenso ojo tapado, invitaba a ser ensartada por afiladas ramas de roble joven. La única bebida disponible era un compuesto de resina hervida y madreselva machacada, pues es lo que por tono y textura más recordaba a la sangre vertida por la bestia. En honor a Cleto se servía su mayor capricho gastronómico: galletas rellenas de moras. En Dos Palmos, además, existía la costumbre que aquellos que llegaban ese mismo año a la mayoría de edad (a los 36, vaya) sacrificaran una de sus pestañas. Por aquí no paso, decidió el 8º enanito, una firme negativa a una antediluviana tradición que fue interpretada en clave de imperdonable afrenta, que a la postre le costó ser considerado enano non grato por los suyos. ¿Mas por qué se opuso con todas sus fuerzas a desprenderse de tan insagnificante parte de sí sabiendo de antemano que ello le reportaría una condena irrevocable? (Continuará...)
21 marzo, 2007
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