Antes de proceder a relatar el desafortunado episodio que aconteció en aquella particular conmemoración del Día del Parche, cabe explicar por qué existía un Día del Parche. Para ello hemos de remontarnos a los albores de la civilización enana. Por descontado, pese a la longevidad característica de los enanos, no queda nadie con vida que pueda dar fe que los hechos se desarrollaran tal y como la transmisión oral se ha encargado de perpetuar. La única fuente documental a la que los mitómanos pueden recurrir de cara a doblegar a los escépticos es una extensa crónica grabada en la corteza de un árbol milenario que se alza orgulloso en una cumbre pelada y ventosa, cuyo emplazamiento es el radio a partir del cual se despliegan de forma equidistante y en abanico los diferentes poblados enanos. No cabe decir que el lugar es motivo de peregrinación ininterrumpida. Además, una vez cada (cómo no) siete años se celebra el Gran Día del Parche, una versión a escala XXL de los locales Días del Parche (y que, de paso, sirve para introducir un calificativo expansivo en las vidas de unos seres condenados a la pequeñez).
El/la autor/a de la crónica es una incógnita, lo que ha resultado en una fuente inagotable de conjeturas. Las dos teorías más ampliamente extendidas y que concentran las mayores simpatías (o antipatías, según se mire, pues han derivado en dos frentes irreconciliables, que se tratan con un hondo recelo, el cual ha llegado a manifestarse en desagradables picos de hostilidad) lo/la sitúan o bien como un joven cocinero castrense encargado de preparar el rancho de los oficiales (el detallismo con que se describen los alimento servidos y sus sobrados conocimientos acerca de los más variados ejemplos de gastroenteritis lo delatarían) o bien como una maestra de escuela con un medio novio en el frente (su caudal de citas académicas y un acongojante pasaje lleno de suspiros dirigidos a la suerte de un/a X sin género definido serían sus credenciales). Sea como fuere, la asombrosa y ciertamente ihumana gesta que pasaría a los anales de la raza enana como el Día del Parche y se recordaría por lo siglos en unos fastos anuales marcados por la alegría y la concordia sólo rotas por el incidente protagonizado por el 8º enanito quedó inmortalizado en ese árbol de infinitos anillos bajo el título "Aglomeración Vermellón". En el siguiente capítulo tendremos ocasión de disfrutar de una transcripción de su pasaje más sobrecogedor. (Continuará).
05 marzo, 2007
"El 8º enanito". Capítulo 4
Publicado por lozzy en 18:36
Suscribirse a:
Comment Feed (RSS)
|