09 enero, 2008

Tiendas de campaña, submarinos, trenes


Desde que vi The Royal Tenenbaums he soñado con instalar una tienda de campaña en mi comedor donde refugiarme con la sola compañía de una linterna, libros y un tocadiscos. Cuando salí del cine en el que proyectaban The Life Aquatic with Steve Zissou pensé que mi sitio estaba en un microsubmarino de diseño infantil desde el que saludar a las abisales criaturas fosforescentes. Al encenderse las luces que ponían punto y final a The Darjeeling Limited supe que no debía morir sin cruzar el Rajastán a bordo de un tren donde sirvieran zumo de lima y snacks. Dentro de la excéntrica y melancólica poética de Wes Anderson, los coloristas y cálidos espacios cerrados no guardan apenas relación con sus referentes en el mundo sensible, sino que son artificiosas construcciones de la imaginación a las que son convocados los protagonistas para un catárquico viaje hacia atrás en el tiempo, consistente en dialogar con el niño que fueron de cara a resteñar las heridas infligidas por sus progenitores. Ahora bien, si el paralizante espíritu de mi padre muerto se hubiera cosificado en unas maletas tan rematadamente preciosas como las que acarrean los protagonistas de su última película, yo jamás me hubiera querido deshacer de él.