21 enero, 2008

Por inesperadas razones profesionales como con cuatro ingenieros. Contra el tópico de que la mente de estos profesionales -que de estudiantes por muy poco no pierden cualquier rastro de melanina y acaban dando con los huesos de sus codos en la mesa de tanto estudiar- es una cuadrículada en la que sólo caben cálculos, materiales y fuerzas se desvanece ya en los aperitivos. Comen como moradores de las cavernas, apuran las copas que da gusto verlos y hablan con regocijo de fletar un barco que lleve a los colegiados un fin de semana a Niza con la esperanza de que el meneo de las olas y la imposibilidad de saltar por la boda aflojen las inhibiciones. De paso me entero que Francia es el país más puntero en ingeniería y el que más apuesta por la especialización. Estados Unidos quedó petrificado en los 60 y aquí el nivel es aceptable, aunque el champagne se queda en el frigorífico. La coqueta camarera vasca que nos sirve acapara la atención de la parroquia masculina del local. Juraría que al depositar en la mesa uno de los platos me ha rozado el cuello. Faltaría ver si fue o no voluntario. Quizás sólo lo imaginé.