18 diciembre, 2007

"El 8º enanito". Capítulo 26.

La cápsula traspasa la ranura y se detiene apenas cruzado su umbral. Las puertas del huevo se abren y el 8º enanito se encuentra en medio de una gigantesca estancia hexagonal. Se siente como un garbanzo despistado que ha caído en un barreño de sopa. Las paredes están forradas de madera. El suelo es de sintética moqueta roja. Justo en en centro se levanta un monolito del mismo tamaño que nuestro minihéroe y que está cubierto por una sábana granate. Como si tuviera vida propia e intuyera un peligro inminente, la mano izquierda del 8º enanito comienza a sudar y a contraerse independientemente de la voluntad de su amo. "Sobre todo no quites la sábana" le susurran las paredes. "Por lo que más quieras, no lo hagas" le transmite telepáticamente hasta la fibra más microscópica de la moqueta. Pero la tentación es soberana y el 8º enanito avanza unos pasos, se coloca frente al monolito y de una enérgica sacudida descorre la sábana. Un frío polar parece adueñarse de golpe de la atmósfera. Diría que sus huesos crujen y que un dardo de fuego empieza a rebotar frenéticamente en las paredes de su estómago. Frente a él ha aparecido un espejo amarillo que le devuelve la imagen de un Cíclope. (Continuará...).