19 marzo, 2008

Trono de luz


La estancia estaba a oscuras, excepto por un trono de luz en el centro. Aunque se trataba de cuatro paredes en un subterráneo insonorizado, podía escucharse el rumor de las hélices de un helicóptero segando un remoto trozo de cielo. Un zum, zum, zum que se acompasaba a las pulsaciones del corazón. El individuo se encaminó directamente hacia el trono. Su mente en blanco apenas registró el olor a salitre y las fibras sintéticas que conformaban la moqueta bajo sus pies. Al sentarse se sintió como dentro de una bombilla, protegido por una placenta que hubiera tejido un ejército de afanosas luciérnagas. Al instante sonó el móvil que reposaba en el brazo izquierdo del trono. En la pantalla líquida la indicación de llamada entrante era el dibujo de un oso panda que se llevaba a la boca una caña de bambú. Descolgó con mano temblorosa y al otro lado lo recibieron unos molestos crujidos de electricidad estática. Sabía que tenía un solo deseo y pidió que le devolvieran aquel recuerdo. La línea se cortó. El trono se apagó con lo que la estancia se sumió en la más absoluta oscuridad. El zumbido del helicóptero se intensificó a gran velocidad hasta volverse ensordecedor. En anticipación notó que le faltaba el aire y que se le aceleraba el pulso. Cerró los ojos y su pensamiento comenzó a adquirir la textura de una piel que los llenaron de lágrimas.