13 marzo, 2008

Eurovisión

No sé cómo nadie puede estar en desacuerdo con la elección de Chikilicuatre para representar a España en Eurovisión. Ha conseguido resucitar el festival más casposo y acartonado, aquel que tantos creían desaparecido del mapa desde hacía cientos de años, la mayor vergüenza ajena generada por la Europa folclórica, un cementerio kitsch de trajes horteras y canciones ridículas. Y lo ha hecho recurriendo al sentido del humor, ¿a quién le vienen mal unas risas? Los ganadores disfrazados de monstruos abrieron el camino y este año se suma otro presunto disparate (¿un pajarraco en forma de muñeco cantarín?), ilustraciones de una evidencia: el futuro de Eurovisión clamaba por reinventarse echando mano de freakilandia abiertamente, pues hasta ahora lo hacía de forma encubierta, apelando a una seriedad y unas pretensiones ridículas. Algo cambia para que todo siga igual. Si se dijera sin reparos "este concurso reconocerá al artista más petardo y que más risas provoque en el personal", los índices de audiencia se dispararían, la UE encontraría por fin un feliz territorio de entendimiento transfronterizo. A la edición del 2009 podría ir Rajoy con una niña en los barzos. Ese día me sentiría por vez primera europeo de verdad.