El 8º enanito abre los ojos pero a su alrededor sólo encuentra tinieblas. Lo último que recuerda es el croc que hizo su cabeza al impactar con el suelo tras una interminable caída libre que lo dejó inconsciente durante un tiempo que le resulta imposible precisar. Se incorpora poco a poco y siente dentro de su cabeza un remolino furioso. Busca a tientas su macuto, se lo echa al hombro y se levanta. Estira los brazos y comienza a andar sin dirección, rumbo ni objetivo, como un muñeco de hojalata al que se le ha dado cuerda antes de depositarlo en una habitación completamente oscura. Le sorprende pisar sobre terreno duro y liso en vez del esperado terroso, que no le salgan al paso bichos con apetito y que no haya rastro de humedad en el ambiente. Para combatir la angustia y la claustrofobia que empiezan a rondarle respira hondo y convoca imágenes de nueces lustrosas que, al juntarse en una danza suave sobre un fondo blanco, dibujan formas geométricas basadas en la equidistancia. De golpe percibe un cambio en la asfixiante uniformidad de la negrura que lo envuelve, una grieta en la misma que adopta la apariencia de un fulgor encarnado que parpadea a escasos metros delante suyo. Al acercarse, descubre que es una bombilla que emite destellos intermitentes al lado de una gemela que permanece apagada. La luz que desprende la que está activa le permite comenzar a distinguir el entorno. El suelo y las paredes están compuestas de un cemento armado extemadamente grueso. Juntos conforman un túnel cuyo techo, calcula, debe alcanzar la altura de un roble joven. Cuando sus pupilas ya se han dilatado lo suficiente como para definir contornos, se da la vuelta y descubre asombrado un tanque descomunal lleno de un líquido viscoso. Si no le engaña su todavía convaleciente vista parecería que hay algo flotando dentro. Se acerca a comprobarlo. (Continuará...)
17 abril, 2007
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