20 marzo, 2006


Ya se sabe que la mente es la depositaria última de toda experiencia, bien en forma de recuerdo o por medio de la imaginación. La segunda vía, la 100% constructivo-creativa, por oposición a la primera, que supone una huella que vamos reconvocando (y que por tanto también es una reconstrucción dado el grado de alteración que aplicamos a los recuerdos, pero a partir de una base real), me ha deparado una sorpresa inédita. Dependiendo del día, escuchar la canción "Yoshimi Battles the Pink Robot Pt. 1" de The Flaming Lips es sinónimo de verme envuelto por una burbuja invisible o deslizándome por una cinta corredera, mientras el entorno queda silenciado y la gente a mi alrededor avanza a cámara lenta. En otras ocasiones, cada uno de mis pasos va dibujando un círculo de luz, cuya circunferencia se amplia de forma progresiva, sumiendo en una oscuridad de diámetro directamente proporcional a todo aquello con lo que linda en 360 grados. Y todo esto sin estar "under the influence". Palabra. Supongo que suena a boutade, que solo aquel que se ha visto empujado a un trance al escuchar un tema, que ha flotado gracias a él en un caldo extrasensorial, podrá entenderlo.