24 octubre, 2006

Osaka bien vale un tatuaje

Porque sé que es un tema que os interesa y que os tiene a todos muy inquietos, quiero poner en vuestro conocimiento que son ciertos los incesantes rumores de que si algún día voy a Osaka me voy a hacer un tatuaje. Ahora bien, sólo si voy a Osaka. ¿Por qué Osaka? Desde un punto de vista romántico, porque se trata de la cuna de los yakuzas y siempre que me he imaginado entintándome la piel he visualizado la caligrafía japonesa gozando de tal honor. Supongo que allá deben tener la práctica y la calidad suficientes para que pueda dar el paso con las mayores garantías de éxito higiénico y estético. Desde un punto de vista práctico, porque me queda tan lejos y es tan improbable que la visite que me salvará de tan demente idea. Partiendo de la adolescencia, he fantaseado de forma recurrente con hermanarme epidérmicamente con piratas, presos y otras gentes del vivir peligrosamente. Como niño bien, petimetre de perfil pijales que creció en la Diagonal y acudió a un colegio privado inglés, la posibilidad de unirme a la nómina de teóricos facinerosos marcados para siempre como resultado de una existencia permanentemente al filo del abismo, que desafía por sistema la rectitud y la moral, y que deja un reguero de actos inconfesables cometidos en periodos de perdición, los cuales acaban cobrando expresión metafórica en dibujos imborrables, plásticas fieras adormecidas que sirven de admonición ante la tentación de retomar la senda oscura, resultaba el colmo de lo excitante. Pero además de la distancia geográfica, topo con dos impedimentos básicos a la hora de estampar mi carne: la angustia que me producen las agujas y la perspectiva de que con los años el símbolo de una presunta batalla con los demonios interiores conducida en silencio culpable adquiera pinta de pasa dejada al sol muchas horas. Lo que tengo claro es lo que me pondría: