03 octubre, 2006

DeLillo y la espuma de afeitar

Saliendo de un garito del East Village, donde acababa de asistir a uno de los conciertos más inolvidables de mi vida, me acordé que debía comprar espuma de afeitar. Al día siguiente entrevistaba a Don De Lillo, el cual me intimidaba sobremanera, lo precedía su fama de huraño y su alergia a los periodistas. Lo que no sabía entonces es que, además de ser un tipo encantador, al cabo de apenas dos meses iba a visitar Barcelona y Madrid, donde acabaría siendo entrevistado hasta por el acomodador del Coliseum y mi prima la tuerta. Ingenuo y presuntuoso, me sentía un privilegiado y quería causarle una buena impresión al mito, de forma que debía eliminar esa barba de Don Johnson decadente que tan locas las vuelve a ellas, pero que albergaba mis dudas sobre las posibilidades de que excitara al autor de Libra. A priori, el problema era que debían ser sobre las dos de la madrugada, pero haciendo bueno el topicazo que Nueva York es la ciudad que nunca duerme, encontré una suerte de deli 24/7 que me salvó el pellejo. Por menos de un dólar compré un bote grueso, pero no excesivamente alto, marca Barbado, me hizo gracia porque si le añadías una S te inspiraba imágenes de vacaciones paradisíacas. Lo curioso del caso es que hace más de dos años que está conmigo y no se ha agotado. Reconozco que soy de los que buscan esporádicamente la compañía de la cuchilla, pero con todo me parece un margen de tiempo más que reseñable. Quizás hay unos duendes que por las noches lo rellenan mientras duermo o es que era el bote un millón que vendía el fabricante y para cerebrarlo contrató a un Willy Wonka de la espuma de afeitar que ideó un sistema mágico de regeneración espontánea. Sin embargo, comienzo a intuir que está prestando sus últimos servicios y el supersticioso que todos llevamos dentro me lanza mensajes de pánico. ¿Dará mi vida un vuelco terrible con su extinción? ¿Barbado ha sostenido mi vida en un equilibrio artificial que se hará trizas con su marcha? Lo más terrible del asunto es que ni siquiera puedo hacer un llamamiento de urgencia a aquellos que visiten próximamente NY para que me compren un nuevo bote, ya que se lo confiscarían las autoridades del aeropuerto. Últimamente he dado descanso a Barbado con otras marcas para retrasar la posible tragedia, mas con el miedo también de que se sienta traicionado y opte por una disolución suicida. Estoy que no duermo y cada día me asemejo más a un náufrago. He decidio que no voy a leer nada más de De Lillo.