11 mayo, 2010

Dobles


Lunes 10 de junio: Saliendo de casa se me planta un señor mayor delante y con mirada inquisitiva dulcificada por una sonrisa me pregunta "Nos conocemos, ¿verdad?". A mí el buen hombre no me suena de nada y se lo hago saber de una forma menos brusca. "¿Cómo te llamas". Respondo. Él hace un gesto de negación y remata el encuentro con las palabras: "Es que te pareces una barbaridad". Se marcha con una nota de suspense en el aire.


Martes 11 de junio: Sólo verme la recepcionista de mi quiropráctica (el estado de mis lumbares merecerá en breve un post aparte) me dice. "El otro día conocí a un chico del barrio que se parece mogollón a ti. Para colmo se llama Toni. Pero clavadito, ¿eh?".

Como supongo que el señor del lunes hubiese hecho algún comentario sobre la coincidencia onomástica al igual que la señorita del martes, concluyo que somos tres los individuos con semejanzas fisiológicas que pululamos por Gràcia. Al contrario de quienes me lo han sugerido con risitas sofocadas, a mí el asunto me provoca más bien rechazo, primero porque a uno le gusta creerse que rompió el molde, luego porque siempre existe la posibilidad que ese doble esconda la encarnación de tu mala conciencia que ha venido a castigarte por tus pecados como en el relato "William Wilson" de Poe. Sé que todos contamos con un individuo-espejo en algún rincón del planeta, pero a mí ya van unas cuantas veces a lo largo de mi vida que me señalan un avistamiento. O quizás siempre es el mismo tipo y con el transcurso de los años el cerco se va estrechando.