13 abril, 2010

ROMA

El otro día, leyendo Historias de Roma de Enric González encontré estas líneas que me parecieron que expresaban de forma muy directa y sencilla la mejor filosofía de vida posible, si bien difícil de llevar a cabo o, por lo menos, que requiere de un valor y una iniciativa poco común, y de la que me gustaría ser partícipe:


"Cada uno es libre de dar a su vida el sentido que le apetece. Para mí, la vida es educación: un proceso de aprendizaje. No hablo de alcanzar algún tipo de sabiduría, no fastidiemos, sino de enterarse, dentro de lo posible, de cómo funciona el mundo y, en un sentido más pedestre, de parchear un poco la incompetencia congénita. Será que quiero llegar a la muerte con conocimiento de causa. Por eso me gusta cambiar en el trabajo: cuando sé hacer una cosa, empiezo a aburrirme y necesito ponerme a otra más o menos nueva y más o menos desconocida. No me importa equivocarme; de hecho, lo hago con una frecuencia que mis jefes consideran preocupante. Lo que llevo mal es la monotonía y el futuro previsible.
¿Qué me interesaba aprender? Cosas muy vagas. ¿se pueden aprender la humanidad, la belleza, el tiempo? No, no creo. Pero si hay un lugar para intentarlo, ese lugar es Roma".