19 noviembre, 2008

Work Nº 850


Esperando frente a las taquillas de la Tate Britain, veo cruzar por delante de mí a un atleta sudoroso. Lo primero que pienso es que ha entrado en el museo a refrescarse. Al cabo de medio minuto aparece otro. O son amigos, o miembros de la hermandad "El chándal también es arte" o la casualidad está cargada de electricidad estática esta tarde. Cuando por la curva veo surgir a un tercero, mis sorprendentemente felinas conexiones neuronales hacen clic y deducen un patrón, sospechan que algo está pasando. En efecto. Concretamente soy testigo de Work Nº 850, una instalación? performance? exposición? sandez? genialidad? de Martin Creed, controvertido ganador de un Turner Prize por una bombilla que se limitaba a cumplir con las dos funciones básicas que se le sobreentienden, apagarse y encenderse (precisamente los finalistas de la edición de este año del premio se muestran en este momento en la Tate, conduciendo hasta su máxima potencialidad el concepto de tomadura de pelo). Work Nº 850 significa que, entre las 10 de la mañana y las 6 de la tarde, a intérvalos de 30 segundos, y a razón de unos honorarios de 10 libras la hora,  medio centenar de atletas atraviesan como una flecha los 86 metros de que consta la galería de estatuas neoclásicas del centro. La idea es que lo hagan al límite de su velocidad, como si la vida les fuera en ello, a riesgo de colisionar con los desprevenidos visitantes.

Creed concibió su obra cuando tuvo que visitar a la carrera las catacumbas de los monjes capuccinni de Palermo por haber llegado cinco minutos antes del cierre. Con ella el artista rompe diversas premisas referentes a al conducta que uno adopta en el museo, caso del hieratismo, el silencio, la concentración, la distancia y al duración implícitas en el acto de relacionarnos con los anfitriones de una pinacoteca."Pensé, ¿por qué hemos de detenernos durante mucho tiempo frente a ellos? ¿Por qué no mirarlos durante un segundo? En ocasiones me siento demasiado autoconsciente de la experiencia misma de contemplar arte.  Me resulta determinante que no haya un cordón entre el corredor y el público. El arte no debería constar de un marco que te separa de él" ha declarado.
Debo confesar ya que Work Nº 850 me entusiasmó tanto en la plasmación física como en su coartada teórica. Respecto a la primera, hizo trizas mi reserva a las veleidades (pos)posmodernas, lo reconocí instintivamente como una obra de arte total, entendía a Marinetti cuando comparó a la Vittoria di Samotracia con una locomotora. La visión de los apolíneos cuerpos en un escenario neoclásico me transportaron a la Antigüedad, al tiempo que la cinética hacía estallar bellamente la condición sepulcral del recinto. Cada corredor era un vector afilado que realizaba un corte seco en la atmósfera sagrada, ceremoniosa y cargada de connotaciones intelectuales. En el plano de las ideas, la invitación de Creed a devorar el arte a golpe de zapatilla deportiva me hizo replantearme mi tendencia a acampar frente a los cuadros (cuánto tiempo se necesita para interiorizar un cuadro que nos sacude siempre ha sido una cuestión que me ha provocado quebraderos de cabeza). Hasta hoy, la propuesta museística que más me había seducido era la de Umberto Eco de que cada cuadro de mérito necesitaría su propio centro, donde se mostraría su inspiración, su evolución, sus referentes, su impacto... Gracias a Work Nº 850 ahora se le añade la de incorporar elementos distorsionadores que fa
fracturen las convenciones y las expectativas de una visita al museo. Debuto con la siguiente propuesta: convertirlo en una piscina y colocar los cuadros en el techo para disfrutarlos haciendo espalda, sobre un kayak, una tabla de surf...