En un entrañable happening reciente, celebrado en el Saló del Llibre, donde tres "escritores" con síndrome de mono de feria y no sobrados de recursos económicos teníamos que escribir un relato con las palabras que el público nos iba ofreciendo, no altruistamente, sino a cambio de un suculento botín con el aspecto de una piruleta o de un paraguas, pude comprobar la dificultad que tiene muchísima gente para salir con un vocablo. Bastaba con ver mi ordenador y decir "ordenador", mirarse las manos y espetar "dedos", pensar en la cena y automatizar "macarrones" pero no. Intuyo que no pocos habrían acertado antes a perforar una diana situada a 75 metros o a desprenderse de los calcetines sin sacarse los zapatos. Proliferaron los grandes conceptos como amistad o amor, las cursilerías como rosa y amanecer, sólo una persona dijo coche, y el más rápido en contestar fue un niño que no levantaba dos palmos del suelo y que optó por "bombero". Me acordé esa tarde de dos de mis profesores de literatura de EGB quienes, interrogados por la clase acerca de su palabra favorita, se decantaron por "gorila" y "alcachofa". No tengo ni idea de porqué me ha quedado este dato. Entre mis términos predilectos están "orangután", "picatoste", "berberecho", "erizo" y "trapisondista".
29 noviembre, 2007
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