12 noviembre, 2007

De ratones y picatostes

Aspiro a ser una persona moderadamente cultivada. Procuro arrimarme a los clásicos literarios, visionar joyas cinematográficas, entender la pintura abstracta, quedarme con las fechas de las batallas históricas... Pero me ocurre con frecuencia que son las personas más alejadas del espectro intelectual/artístico las que me ofrecen las mayores satisfacciones. Dos ejemplos recientes. Frente a la máquina de café, C me suelta con tono que sospecho recriminatorio un "tú eres más listo que los ratones coloraos". Antes de decidir si debo sentirme ofendido o no, exijo una explicación, pido que se me aclaren los motivos por los que los roedores de ese pelaje tienen un C.I. superior a la media. La respuesta llega expeditiva: "Porque nadie los ha visto". Me gana con su ocurrencia y de inmediato perdono cualquier hipotética ofensa.
Al dís siguiente, B (que me pega una colleja cada vez que cito un libro o pronuncio una palabra que no consta en su anémico diccionario, es decir, con demasiada frecuencia) me cuenta la historia del difunto Picatoste. Sólo por haber cargado con semejante apellido (cuya sonoridad me entusiasma, aunque quizás su verdadero encanto reside en la mera evocación del crujiente tropezón flotando en el gazpacho) el finado merece mi más sentido pésame. Ahora bien, cuando escucho que solicitó ser enterrado visitendo la indumentaria completa del Barça, provocando las incómodas risas de los menos allegados al visitar el tanatorio y encontrarse que tenían que mostar sus respetos en la sala de duelos a un culé hasta la sepultura que escogió un ataúd abierto de cuerpo entero para dejar bien expuesto el alcance de su orgullo barcelonista, brindo por él, agradeciéndole póstumamente la anécdota. Y me despido preguntándome: ¿quién es más digno de elogio, el ratón colorao por no mostrarse o Picatoste por mostarse tal cual es?