24 diciembre, 2009

BE


Primero me resistía a entender que amigos y conocidos a los que tengo por medianamente cultos e inteligentes, amén de dotados de unos mínimos de raciocinio y sentido común, fueran cautivos del fenómeno Belén Esteban, ese inefable esperpento que sólo por idolatrar al chándal y embrutecer el lenguaje hasta cotas que ningún raticida puede enmendar, me produce un rechazo visceral. Pero tras días de ardua reflexión he visto que BE cumple para el individuo cabal la función de monstruo de feria, de despojo humano del que uno no puede despegar una mirada entre morbosa, horrorizada, perpleja y fascinada. El espectador del freak show bien puede prepararse un dry martini y degustarlo leyendo un ensayo de Emerson al llegar a casa después de la función. El problema radica en los que no ven a BE como una criatura marciana, un chiste de mal gusto, sino que proyectan en su figura los valores del pueblo humilde y trabajador, hasta el extremo de creer que representa a "la gente de la calle".

No es ta preocupante la incapacidad de ver algo tan flagrante como es que alguien que debe cobrar una millonada por cada aparición mediática y que luce prendas de un carísimo mal gusto está lejos de encarnar al cuello azul, sino la pobrísima imagen de sí mismo que tiene ese "pueblo", cuánto se infravalora. Idéntica asociación popular, pero de una naturaleza inversa, ocurrió con Lady Di, "princesa del pueblo", pues en su caso la comedia aristocrática y humanitaria provocaron una corrección a la alza de la imagen del ciudadano de a pie.
Si en vez de hacerse la cirugía estética, BE hubiese invertido ese dinero en, pongamos, abrir y regentar una pescadería, yo no habría escrito este post y casi que me uniría al grupo de freaks finos y con dos dedos de frente.