12 enero, 2009

Comparativa Suiza-Bélgica

Su neutralidad en los conflictos bélicos redujo la aportación de Suiza al libro de la historia a una nota a pie de página llamada reloj de cuco. La discreción de Bélgica nos ha reportado una cesta de placeres gastronómicos que se compone de chocolate, mejillones, cerveza, gofres y patatas fritas.

La precisión del reloj suizo encuentra en la celosa e inexpugnable banca suiza el complemento que refleja el espíritu perfeccionista y milimetrado del país helvético.

La gozosa ganancia calórica que suministran los tradicionales alimentos belgas tiene en el aventurero y simpático corpus de cómics nacionales -Tintin, Lucky Luke, los Pitufos...- su espejo lúdico.

La pena de Bélgica es que secunda el rechazo a la Segunda Guerra del Golfo junto a Francia y Alemaniam, pero la prensa internacional la excluye de la noticia, aunque quizás es peor que se sobreentienda tu oposición y ni siquiera piensen en ti, caso de Suiza.

El monstruo durmiente de Suiza fue dar refugio al oro nazi manchado de sangre, mientras que el de Bélgica fue el caso de pederastia más atroz jamás revelado. Ambas vergüenzas pueden verse como la potenciación del reverso perturbador de las excelencias patrias: el secretismo, el orden y el celo suizo por encima de la moral, y el desfrute y pasatiempo belga barriendo con cualquier rastro de humanidad.

Una cicatriz en una piel de porcelana simepre provoca un estemecimiento más helador.