Soy una persona de pies. Pero no en el sentido fetichista -si bien me parece que un masaje de los mismos es algo muy íntimo, aunque las cosquillas me imposibilitan ser receptor-, sino en el operativo. Los pies me han permitido jugar al fútbol con entusiasmo prácticamente toda mi vida y, desde hace un par de años, correr. Les debo muchísimos ratos de felicidad. En cambio, soy incapaz de hacer nada con las manos, excepto teclear y rascarme detrás de la oreja. Ya de pequeñito utilizada las piezas de tente como proyectiles y si me pedían dibujar una petunia bañada de rocío con mucho esfuerzo conseguía salirme un cactus calcinado. Una senda continuista ha derivado en que hoy no sepa hacer un pastel, ni colgar un cuadro, ni cambiar una rueda, ni montar un mueble de Ikea…Puedo asegurar que soy un absoluto analfabeto táctil. En este punto de mi vida, me sorprendo necesitando sacarle partido creativo a mis manos. Diviso en la elaboración de una silla para un columpio una de las cimas de la felicidad, en la fabricación de una mesilla de noche el colmo de la autorrealización y en tocar el piano un flirteo con lo divino.
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