22 abril, 2008

"El 8º enanito". Capítulo 32.

De vuelta al presente...

“El 8º enanito y el Cíclope siguen con la vista clavada en el otro. Ninguno de los dos sabe que, en cierto modo, son familia, pero tienen claro que aquella pérfida bruja orquestó todo este lío en un pasado remoto. Lo que Strata no pudo prever es que, en vez de cumplirse su voluntad y que ambos se aliarían para exterminar a la población de Dos Palmos –el grandote como venganza por su muerte y el pequeñazo por despecho al ser expulsado de la comunidad-, lo que hacen es charlar durante horas, explicándose la vida, compartiendo confidencias, solicitando consejos sobre cuestiones del corazón y poniéndose al día en materia de fondos de inversión y técnicas de barbecho. Exploran juntos los dominios del búnker y con lo que reúnen acaban jugando al parchís con una taza de té verde a su vera y un cd de Art Blakey acolchando la atmósfera. Pero cuando más relajados están, no llegándose a creer que dos teóricos enemigos puedan hacer tan buenas migas, se quedan de repente a oscuras y se dispara un pitido de alarma que les agujerea los tímpanos. Unas luces de emergencia se activan con un zumbido eléctrico y del techo de la habitación central en la que se encuentran desciende con un chirrido un periscopio roído por el óxido. Se quedan tan estupefactos que el 8º enanito se olvida de mover la ficha amarilla con la que se comería la azul de su contrincante y avanzaría veinte casillas; el té verde se queda helado y la batería de Blakey enmudece.
Dada la altura a la que queda el artilugio, no hay duda de que recae en el Cíclope la misión de mirar por él. Se incorpora y se acerca con la expectación y el resquemor dirigiendo cada uno de sus movimientos. Tiene que ponerse de rodillas para ajustar el visor a sus ojos. Parece que transcurre una eternidad hasta que se gira hacia el 8º enanito con una expresión de gárgola tallada en el rostro para decirle: “No te lo vas a creer”.
(Fin de “El 8º enanito”).