28 junio, 2007

2666


Una experiencia artística total y apoteósica y salvaje y agotadora y escalofriante la adaptación de Àlex Rigola de la apabullante novela de Roberto Bolaño 2666. 5 horas para sumergirse en el infierno y aventurarse por un laberinto de historias que demuestran que la vida es pura literatura, y viceversa, y que la Historia no es más que un bucle de dolor y esperanza que se desplaza por una galaxia ciega.
Qúe gran tipo Bolaño, escritor genial porque supo desligar su obra de la necesidad de posteridad, arrinconando así la vanidad de los suyos ("¿Qué desayunan los escritores? Egos revueltos". Él no) y que al hablar desde su inteligencia sarcástica y su cultura apabullante siempre disparaba a matar contra la idiocia generalizada. Alguien que sabía divertirse. Recuerdo con un cariño tremendo la entrevista que mantuvimos en el Zurich hará ya seis o siete años, por lo menos. Dedicó un cuarto de hora a hablar con entusiasmo de una película de serie Z protagonizada por Dolph Lundgren que había visto la madrugada anterior en la televisión. Al acabar me invitó a ir a visitarlo un día en Blanes para tomarnos unas gambas. Guardo un email suyo en el que declinaba escribir un artículo para Qué Leer por su delicado estado de salud y porque estaba abducido por la redacción de 2666. Lo terminaba diciendo que se compraba la revista y que, al abrirla, lo primero que hacía era buscar lo que yo había escrito, y luego procedía a mirarse las fotos. Una mentira encantadora.
En su última entrevista, interrogado acerca de qué cosas le divertían, dio, creo, una respuesta redonda.

"Ver jugar a mi hija Alexandra. Desayunar en un bar al lado del mar y comerme un croissant leyendo el periódico. La literatura de Borges. La literatura de Bioy. La literatura de Bustos Domecq. Hacer el amor".