Mi escritor vivo favorito de género negro es Michael Connelly, pues es quien me parece que es capaz de llevar la aspiración con los que todos los autores de novela policíaca intentan expulsarse el reproche de limitarse a ser macabros procuradores de entretenimiento para minorías -a saber, el topicazo de tratar los más acuciantes y eternos conflictos que atenazan el alma humana, siendo pues continuadores de una ángulo literario que une a Shakespeare con Dostoyevski- priorizando la diversión por encima del intelecto. O sea, que Connelly se las ingenia para ser profundo gracias (y no pese)a su vena ludica. En él basta un apunte al vuelo, como de pasada, que nunca entorpece la fluidez de la trama, para cargar de significado trascendental y reflexión casi metafísica lo que a simple vista es un thriller lleno de adrenalina. En su última y soberbia novela, "Echo Park", el detective Harry Bosch (un Sisisfo angelino y suerte de trasunto ficcional de James Ellroy al estar condenado con cada caso a resolver ad nauseam y simbólicamente el asesinato de su madre -por cierto, sensacional la adaptación cinematográfica de "La dalia negra" a partir de su recreación novelizada de los hechos)se enfrenta a un serial killer que casualmente se educó en el mismo centro que él. Y en uno de los clímax de esta caza gato-ratón el asesino le recuerda una de las piezas de sabiduría más caras a esa institución, que decía: "Todo ser humano nace con dos perros dentro de sí, uno bueno y otro malo, que luchan por su alma. El que gana, en última instancia, es aquel al que decides alimentar. Yo alimenté al malo. Tú, al bueno". El problema, intuyo, es que todo el mundo ceba a los dos perros a la vez y que ninguno acaba de ganar. El que prima las necesidades del malo intenta denodadamente que parezca que hace lo contrario, mientras que el que procura por el bueno tiene complicado que se le reconozca el mérito. Y así estamos.
06 noviembre, 2006
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