A mí sólo me ocurren acontecimientos tan fascinantes como los del Monty en mi imaginación. Prueba de ello es que mi encuentro más memorable lo tuve siendo un retaco con los payasos de la tele en el hall de un hotel y salí corriendo de vergüenza en cuanto mi madre me animó a pedirles un autógrafo. Ah, y también recuerdo que en el restaurante La Oca junto a Francesc Macià coincidí con Sara Montiel para regocijo de mi abuela. Esta falta de suerte, por llamarlo de algún modo, se compensa con la posibilidad de entrevistar (y, de tanto en tanto, copear) con grandísimos escritores que no son tan guapos como el bombón de anís Portman, pero que ocasionalmente endulzan la carencia con ideas estimulantes. O sea que mi vida es menos excitante (en todos los sentidos, tendríais que comer una vez a la semana en el Kikiriki con el mentado) pero rinde momentos de inspirada conversación. Todo esto viene al hilo de La vida secreta de las palabras (apunte: lo que el hijo adoptivo del Tormo sintió al contemplar con sus propios ojos a la Princesa Amidala lo hubiese experimentado yo de cruzarme con Sarah Polley, así que todos aquellos que acudísteis a un preestreno donde ésta se personó sin avisarme arderéis por toda la eternidad en el infierno) dedicada al escritor John Berger, de quien guardo un extraordinario recuerdo por ser el entrevistado posiblemente más afectuoso e inteligente con que me he topado. Emotivo retratista de las formas de vida rurales amenazadas de extinción (Puerca tierra, Una vez en Europa) y revelador teórico del arte y de la fotografía (Modos de ver y Te mando este rojo cadmio, salid en estampida a comprarlos), el título de la última película de Coixet le va al pelo pues, antes que nada, es un autor con una sensibilísima mirada de rayos X, capaz de sacar a la superfície, a través de las palabras, los secretos de cuanto oculta el mundo que damos por descontado. En su último libro, Aquí nos vemos (del que prefiero su nombre original, Here is where we meet, de preciosa pronunciación en voz alta), tiene un capítulo antológico en el que da la voz a los muertos para que hablen de cómo recuerdan el sabor de sus frutas preferidas, así como la siguiente escena que me parece el colmo de la sensualidad intelectualizada:
“Cuando nos despertamos, ella y yo estábamos abrazados, nuestros brazos y piernas enlazados. No nos sorprendió, pues los dos éramos conscientes de algo más asombroso: durante la noche los dos habíamos llevado a dormir al sexo del otro. Ni satisfaciéndolo ni negándolo, sino siguiendo un deseo diferente al que ni siquiera hoy es fácil darle nombre. Ninguna descripción clínica se adecua. Quizá era algo que sólo podía darse en la primavera londinense de 1943. Encontramos en los brazos del otro una forma de partir juntos, un medio de transportarnos a otro lado. Nos colocamos, nos acoplamos como si nuestros cuerpos compusieran un trineo o un monopatín. Sólo que entonces no existían los monopatines. El destino no era importante. Todas las salidas eran hacia una zona erógena. Lo que importaba era la distancia que dejábamos atrás. Y nos dimos distancia el uno al otro con cada lametazo. Donde nuestras pieles se tocaban había la promesa de un horizonte”.
A los que hayan tenido la paciencia de llegar hasta aquí les comentaré que campechano Berger me anotó la dirección de su granja bretona por si algún dia quería ir a visitarle, y también les dejaré estos comentarios suyos sobre los que reflexionar:
“Los medios de comunicación eliminan el pasado y el futuro no inmediato. En consecuencia, un presente en el que el pasado y el futuro a largo plazo no convergen no puede dar como resultado más que olvido”.
“No nos acercamos a ver las cosas de cerca. La información, con su prisa incesante, es ciega. Quítasela y la belleza sale a la superfície”.
“Estamos sumidos en una cultura de imágenes, en su mayoría relacionadas con las figuras de gastar y consumir. Pero las personas, cuando están solas y hablan de sí mismas, todavía se sirven de palabras”.
“La esperanza es una llama que te permite ver en la oscuridad”.
25 octubre, 2005
A falta de Natalie, bueno es Berger
Publicado por lozzy en 16:55
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