Cuenta una leyenda coreana que existe una escurridiza raza canina que muda de color de pelaje con la caída del sol, pasando del blanco que luce durante el día a un un rojo sangre que dura tanto como la presencia de la oscuridad, mutación cromática curiosa por cuanto, en teoría, debería corresponderse con el tinte desprendido por el actante rayo verde. El primero que sea capaz de ver este prodigio experimentará un momentáneo parón de sus constantes vitales, que derivará en una empática y también radical transformación, mas no física o exterior, sino vital o biográfica, pues el destino del perro pasará a ser el suyo. En un observatorio científico sito en una de las dicesiséis islas que conforman el panameño Golfo de Chiriqui han sido testigos de una extraña emisión lumínica de tonalidad purpúrea de la que no han logrado todavía definir su fuente ni establecer sus propiedades. Barajo dos posibilidades: 1) se ha producido la improbable circunstancia de que uno de esos raros ejemplares de mejores amigos del hombre ha sido puesto en órbita y, al entrar en contacto con los gases estratosféricos, ha generado una nueva variante cromática o 2) la profecía se ha cumplido y el primer infeliz ser racional que en su día fue un testigo en silencio del fenómeno ha demostrado que esos fantásticos perros emiten un destello al morir (invisible a nuestros ojos, se entiende), pero que en su caso se ha mutiplicado de forma espectacular por la mayor complejidad genética y anatómica del hombre.
01 julio, 2005
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