Pocos cosas hay en la vida tan rematadamente perfectas y placenteras como dejarse masajear los oídos por la voz de Nina Simone. En la novela negra es recurrente concluir que se puede matar por unos ojos o por unas piernas femeninas, pero ella deja claro que unas cuerdas vocales también podrían están en el haber del derramamiento de sangre. Payasa y tierna, explosiva e intimista, en cada una de sus canciones ralla su alma con navaja de barbero hasta que queda reducida a sentimiento puro, microscópico. El desamor es su terreno, su cancionero la cicatriz de apostar toda tu necesidad de cariño al rojo y que salga negro. Sus letras hablan de cubitos de hielo en forma de corazón intentando sobrevivir en una hirviente taza de té amargo, de una sábana negra tendida en un solar infestado de gatos. Su poesía es la de la miserable pérdida de la dignidad por sentir mucho y mal, una justificación del arrastrarse por quien utiliza nuestros sueños como papel de fumar. En Don´t explain –donde susurra un “Hush now” que, a título personal, es la cristalización sónica del erotismo- llora la esposa engañada y en The Other Woman se retrata el patetismo de ser la amante eterna, la otra. Todo el mundo sufre en la casa del dolor de Nina porque es un retablo sincero de la vida, pero de golpe te suelta una risotada liberadora para que te levantes, dejes de autocompadecerte y bailes, puñetas, que son dos días.
08 julio, 2005
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