01 septiembre, 2006

Un Pupas que viaja para salvarse

1. Tenía que pasar ayer, el último día piscológico del verano. Un raquetazo a la mandíbula me mandó al hospital a que me pusieran dos puntos y cuatro inyecciones. El lado bueno de este percance menor es que cualquier visita a Urgencias te hace pasarlo tan mal por cuanto ves ahí dentro que sales con tres veces más ganas de vivir (otro rédito es confiar en que me quede una cicatriz y buscarle una explicación épica que devenga leyenda, por ahora me debato entre un navajazo tras salir en defensa de una damisela rodeada por siete facinerosos, un ataque de una jauría de huskies salvajes mientras cruzaba en trineo yo solo el Polo Norte o una caída de 25 metros desde un desfiladero durante una ascención por el Himalaya en pos de un secreto templo budista). Las citadas suturaciones han sido la coda a un verano en que he sido la encarnación perfecta del Pupas: todo comenzó con un esguince de tobillo y luego fue un no parar: orzuelos, uñeros, 42 picadas de mosquito en la espalda visitando (esta vez sí) las ruinas mayas de Tikal, uñas rotas....

2. No he querido aburrir a los cuatro amabilísimos gatos que se asoman por este blog con mis aven/desventuras guatemaltecas, solo diré que me pidieron dinero por la calle para un ataúd y me ví convirtiéndome en un soberano alcohólico de quedarme a vivir ahí, por cortesía de sus excelentes cocktails, especialmente los mojitos y los "screwdrivers". Eso sí, soltaré un apunte confuso y meramente intuitivo sobre el hecho de viajar: A. Un libro que no he leído pero que lo merecería por su solo y excelente título es "El mundo es grande y la salvación acecha por todas partes" de Ilija Trojanow. B. Raymond Russell sostiene que "El viaje es un pretexto de movilidad", frase que recoge Juan Villoro para concluir que "Lo importante no es lo que ocurre en la carretera, sino lo que siente el hombre que se desplaza". Un viaje siempre es interior, la distancia recorrida, el cuentakilómetros son irrelevantes, porque no se ha viajado al menos que no se haya producido un cambio espiritual. Las ciudades, los paisajes, las gentes acaban siendo jirones de recuerdos que se amontonan, se confunden como desparejadas sandalias de oferta en una gran caja de cartón. La sabiduría emanada de esos desplazamientos, las sutiles maneras en que moldean tu personalidad e introducen alteraciones, aunque sean microscópicas, en tu forma de ver el mundo quedan grabadas sobre granito. A+B. Personalmente vivo este cambio como una extraña sensación de salvación. Uno sale ahí afuera, ahí afuera sales afuera de ti mismo, el ahí afuera te cambia lo que tienes adentro, lo cual te suministra una suerte de epifanía por la que te sientes más a salvo dentro tuyo y, por ejemplo, puedes encarar la muerte con menos miedo, convencido de que todo se va volviendo consoladoramente relativo cuando traspasas las membranas de tu espacio elemental. Y, pese a que molestara a muchos, esto se consigue alojándote en hoteles de 5 estrellas o de 1, pero solo si te desplazas a Guatemala pongamos, o a Estambul, y no a Menorca, por muy paradisíacas que sean sus playas.