21 julio, 2006

Las botas de Superman


Me sorprendí emocionándome con los títulos de crédito de "Superman Returns". Fue quizás la experiencia de regresión automática a la infancia más intensa que he tenido. Luego la película me dejó templado y por tanto triste al ver que aquello había sido un espejismo. El conjunto, incapaz de hacerme vibrar o emocionarme con las cuitas del mayor icono de mi infancia, supuso una constatación más cruel de cómo pasa el tiempo que contemplar fotos con mis primas de aquellos veranos de Palamós en el tránsito de los 70 a los 80. Tengo incrustada de por vida la carátula del disco de 45 rpm con el mítico tema principal del film compuesto por John Williams. Recortado sobre un fondo negro Christopher Reeve inflaba su pecho/coraza jugándose el reventar el tronco de su pijama antibalas. Creo que vi la primera entrega de Superman unas doce veces, aunque quizás solo fueron tres y la imaginación infantil, siempre tendente a la hipérbole, las multiplicó por cuatro. Esos repetidos pases también llevan asociados otros recuerdos. Por ejemplo, cuando pienso en Superman me transporto a Candanchú porque en uno de sus cines tuvo lugar el enésimo visionado (por cierto, qué paciencia mi familia por acompañarme una y otra vez, ¿no?, gracias a todos aunque sea tarde). Había acudido a pasar un fin de semana de esquí con mi abuelo, Antonio Lozano Oso Grande y mi padre, Antonio Lozano Oso Medio. El Osezno se dejó el anorak en Barcelona y tenía miedo de decírselo a Papá Oso, pero Oso Grande, que está en los cielos, lo calmó y de paso le compró uno nuevo. Tenemos una foto los tres a pie de pista. Oso Grande está muy serio, Oso Medio pone cara de tipo duro y Osezno sonríe asomando su diente partido, resultado de una voltereta pasada de frenada sobre un colchón en el parquet del comedor de Oso Medio.
Volviendo a la película de Bryan Singer. Lo único capaz de amortiguar el chasco general fue comprobar que el superhéroe lucía esta vez un modelo de botas que me recordaron (lejanamente claro, las mías no eran ignífugas), más que las de Reeve (que eran más altas y de un rojo más subido y de un plástico en apariencia más blando), a las botas de lluvia con las que un servidor fardaba cuando llevaba puesto un disfraz de Superman que le fue regalado por reyes. Estaba de lo más mono, pero nada comparado con la foto que conservo embutido en las mallas de Spiderman con botas marrones de vaquero de caña alta. Mi fidelidad por un superhéroe siempre ha brillado por su ausencia, pero ahora veo que hice bien pasándome al Hombre Araña. Sus dos estupendas entregas cinematográficas sí que justificaron que fuera como un fantoche intentando emularlo.