El vuelo 151 de American Airlines con destino a Nueva York llevaba tres horas en el aire cuando el piloto anunció que un problema técnico obligaba a desviar la ruta y a aterrizar en una base militar americana en las Azores. La extraña reverberación que llegaba de la parte posterior de la avión se convirtió para todos los que estábamos cerca de la cola en el flamear de una bandera pirata anunciando peligro. ¿Qué va a decir el comandante si no que "todo está controlado"?
No fue un aterrizaje de emergencia, pero sí inestable, el aparato se ladeó en exceso y el frenazo resultó brusco. Pero sobrevivimos. A lo que casi no sobrevivimos fueron a las 9 horas que pasamos en una sala esperando a que un avión llegara de Londres al rescate. A los americanos (el 90% del pasaje) hay que reconocerles espíritu práctico, sosiego y humor: pese a que muchos veían caer por la borda sus vuelos de enlace y todos no teníamos más que patatas y croissant de chocolate para matar el hambre, nadie rechistó, incluso un buen número aplaudió al simpático comandante que avergonzado y chistoso nos iba poniendo al corriente de los constante retrasos y percances que amenazaban en convertir aquello en el Lost luso (afuera se veía mucho verde, alguna vaca pastando, quién sabe qué misterios nos aguardaban isla adentro) Me pregunto si de haberse tratado de un vuelo de Iberia con muchos tipos luciendo la camiseta de la selección nacional no habría acabado en batalla campal.
Finalmente nos rescataron y nos encontramos a la 1 de la mañana hora española comiendo unos macarrones al pesto en un avión sin reverberaciones y viendo la misma película por segunda vez. Aterrizábamos en JFK a la 1:3 hora local en vez de a las 13:30 como esperábamos. Auguro que no son pocos los americanos que contarán que han estado en Portugal.
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