26 junio, 2010

Fútbol

Una de las escasas aficiones que nos seguían diferenciando a los europeos de los americanos era el fútbol. Ellos habían conseguido exportarnos todo un sistema cultural, hacernos ansiar una way of life (que, por poco que uno rasque, está sumamente vacía), incluso adoptar una alimentación rápida y calórica directamente asquerosa pero, con la excepción de la NBA, sus prácticas deportivas nos las traían al fresco, veíamos el béisbol y el fútbol americano como rarezas a un tiempo soporíferas e impenetrables. Los del Viejo Continente teníamos en el fútbol, igual que en los vinos y las catedrales, un elemento de diferenciación, una línea Maginot identitaria. Pues resulta que, al menos aquí en Nueva York, se sigue con entusiasmo la Copa del Mundo, en gran parte gracias al buen papel de su selección. Ha caído una de las últimas barreras, señores y señoras, el balompié y el soccer ya hablan el mismo idioma. Ahora que pienso, los vinos producidos en Napa son riquísimos y ganan cuota de mercado internacional a marchas forzadas. Suerte que con las catedrales no tienen nada que hacer.