Siempre fui un negado para las matemáticas. Al final de la EGB, necesité una profesora particular un par de años para no suspenderla. Se llamaba Beatriz Bellosillo, era unos 5 años mayor que yo y, mira tú qué poca gracia, era la hija de una de mis profesoras de matemáticas en el colegio. Las suspicacias entre mis compañeros de que me aprobarían por influencias fueron menores de lo razonable, pero hicieron acto de presencia. Beatriz era la encarnación física del concepto de "empollona" (gafas de culo de vaso, ropa modosita, palidez generalizada, privada de la varita de la belleza, tímida...) y poseía uno de los expedientes académicos más sobresalientes de la historia del colegio. Sospecho que era un cerebro privilegiado, una suerte de geniecilla para el pensamiento científico. Pese a encontrarme en plena edad del pavo, juro que nunca pensé en lo desafortunado que había sido por no haberme tocado una profe cañón. Nos reíamos un montón juntos y su paciencia con el hecho de que me gustara tanto estar con los números como con una colonia de zombis hambrientos fue prueba suficiente de beatificación. La santidad la consiguió obrando el milagro de que aprobara por los pelos la asignatura. Al empezar COU me deshice de cuanto no siguiera el abecedario y BB formó parte del sacrificio.
2 + 3 = 10
7 + 2 = 63
6 + 5 = 66
8 + 4 = 96
Entonces:
9 + 7 = ????
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