Contradictoria Nápoles. Pese al ruido, bullicio, suciedad, estrés circulatorio, empujones callejeros, falta de organización y de regulación, caos generalizado, paranoia por los robos... rebosa encanto gracias precisamente a condensar la esencia de lo que uno asume como la Italia profunda, el sur en estado puro. Un índice asombroso de iglesias por metro cuadrado y de altares religiosos con unas cristaleras que aíslan del frío que para sí quisieran los paupérrimos domicilios en cuyas esquinas se levantan. De una ciudad en la que una princesa (Margarita) puso nombre a una pizza y que bautiza a otra se podía esperar una pasta soberbia. Fue mejor que eso. Con el imponente Vesubio presidiendo el horizonte, un barrio español engalanado con ropa pobre tendida sobre las cabezas de los transeúntes, Diego Armando Maradona vivo en los corazones, la Mafia perpetuando un atraso endémico y Pompeya a 40 minutos en tren, Nápoles no se olvida.
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