20 diciembre, 2009

"Donde viven los monstruos"


La función de las criaturas peludas y cabezudas en el libro "Donde viven los monstruos" de Maurice Sendak era permitir al protagonista, Max, desarrolar su fantasía de poder reinar en una isla donde sus ganas de jugar y de hacer el salvaje no conocieran límites, donde no hubiera adultos que lo castigaran por dar rienda suelta a su desbordante energía infantil. Más que sus súbditos, los monstruos eran sus iguales
-literalmente, pues la madre de Max le llama "Wild Thing" cuando comienza a cometer travesuras- cómplices en la creación de un espacio lúdico en el que gritar y correr. Entre todos levantaban un sueño y no un fuerte.

En manos de Dave Eggers y Spike Jonze las bestias se convierten en la encarnación no de las emociones infantiles, sino de las adultas, una panda de seres confusos, inseguros, acomplejados, miedosos, celosos, neuróticos... que avanzan a un perplejo y sobrepasado Max, incapaz de comprenderlos y ayudarlos, el lado menos amable de lo que le espera una vez entre en esa caótica entelequia llamada madurez.

Brilla el film al principio y al final, cuando son las emociones de Max las que dominan, en su hogar y en la bienvenida y la despedida de la isla, en definitva, cuando Sendak está de cuerpo presente. Pese a a su título, "Donde viven los monstruos", siempre fue la historia de Max y no de Carol, Judith y compañía. Una historia que era una poética exaltación de cómo opera la mente de un niño se transforma en una sesión de psicoanálisis de la mente adulta, que convendremos, eso sí, en que puede resultar harto monstruosa.