Su prodigiosa capacidad pare el cálculo matemático a partir de una simple impresión visual permite al 8º enanito determinar que se necesitarían 7569 de los suyos, puestos los unos encima de los hombros de los otros, para alcanzar la altura de este tanque transparente que parece esconder algo. Puesto que contiene varios cientos de litros de una especie de agua sucia, ambarina y grumosa, en la que parecen flotar residuos de materia orgánica podrida y servir de continente de las bacterias más repulsivas imaginadas por la naturaleza de cariz microscópico, necesita, pese a la repulsión que le provoca, aproximarse lo máximo posible para intentar reconocer qué es eso que viene y va, asomándose y retirándose como un perro temeroso que no acaba de registrar olfátivamente un alimento que le es tendido. Casi toca con la nariz en el cristal cuando asoma una garra pustulenta que lo tumba de espaldas. Desde el suelo, se fota los ojos con manos temblorosas. Mira de nuevo hacia la zona del tanque donde ha aparecido esa visión repugnante. No hay nada. Lo que fuera se lo han vuelto a tragar las entrañas del líquido o jamás existió. Aún aturdido, cree oir una voz procedente de algún lugar al fondo del pasillo que se abre a su izquierda. Corre despavorido hacia allá. No advierte que la bombilla de la luz encarnada acaba de apagarse. Se enciende la de la luz verde. (Continuará...)
27 abril, 2007
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