1Q84. Libro 3. Haruki Murakami.
En tiempos de acelerado consumo cultural, la prerrogativa de dividir una única obra en varias partes parece sólo al alcance de creadores con un sólido fenómeno fan a sus espaldas. Quien pasó dos veces por taquilla para averiguar si la Novia cumplía su venganza contra Bill o para asegurarse que el último acto cinematográfico de Harry Potter había sido respetuoso con su fuente original, no seguía tanto a una historia como a un líder. Al solicitar a sus lectores ese acto de fe que suponía aguardar en vilo unos meses a la espera de una incierta salida a un laberinto de diseño intrincado, Haruki Murakami tomaba plena conciencia de sus status de estrella global y, a la vez, como desafiándolo, secuenciaba una obra arriesgada y críptica que podía dejar por el camino a muchos devotos. Puesto que los tres libros que componen 1Q84 giran en torno a una secta, Vanguardia, cuyo cabecilla es asesinado, resulta tentador afirmar que, a través de ellos, Murakami ha actuado también a la manera de un iluminado que exige a sus fieles que venzan su incredulidad y acepten su palabra revelada. Al ser principalmente conocido por la excepción realista de su carrera, el drama romántico Tokio Blues. Norwegian Wood, y dada su gracia para captar el fluir de las tareas mundanas de sus personajes, puede olvidarse que el escritor japonés demanda del lector que entre en sus universos con idéntica pureza que, pongamos, J.R.R Tolkien en los suyos. 1Q84 se limitaba a subir de golpe varios peldaños el nivel de exigencia y confianza del pacto. Y lo hacía con la aventura paranormal de Aomame y Tengo, compañeros fugaces de colegio que a los diez años conectaban platónicamente al darse la mano, y que dos décadas después se encontraban sin explicación en un mundo alternativo a 1984 con dos lunas flotando en el cielo. El asombro se prolongaba al descubrirse agentes decisivos en una atávica lucha entre el bien y el mal, que los propulsaba a buscarse a ciegas entre una confabulación de fenómenos extraños.
Su perplejidad era espejo de la nuestra y los interrogantes se agolpaban al final de 1Q84. Libros 1 y 2, pero la corriente que nos había arrastrado hasta ahí – una mezcla de misterio, atmósferas perturbadoras, golpes de efecto, personajes estrafalarios, tersa cotidianidad, toques humorísticos…- era demasiado fuerte para detenerse a pensar mucho. Ahora bien, disfrutar del libro 3 dependerá de las expectativas que haya incubado el lector (y de cuan intacta quedara su fe) en este paréntesis reflexivo. Quien confiara en una resolución cartesiana para una novela donde hay unos seres diminutos (la Little People) que salen de la boca de una cabra y tejen una crisálida de aire, y donde una chica se muere de amor y daría su vida por alguien al que de niña apenas rozó los dedos, saldrá magullado, aunque siempre le quedarán momentos para la emoción (el pueblo de los gatos con su trío de enfermeras) o la risa (las visitas del cobrador de la NHK). El que se abandone al sueño obtendrá la recompensa de ver cómo desde la torre de control de la fantasía se contaba con un plan de vuelo (a la manera en que lo exigía Gianni Rodari en los cuentos infantiles).
Dividida en capítulos que van alternando las peripecias de Aomame (que representa la claustrofobia del encierro físico, por cuanto permanece en un piso franco huyendo de la secta, pero también mental al no salir de su bucle de obsesiones), Tengo (que supone, en cambio, el desplazamiento tanto geográfico, por medio de sus visitas a su padre enfermo, como íntimo, al buscar de aquél respuestas a su identidad) y Ushikawa (el detective contratado por Vanguardia para dar con el paradero de la primera), la novela, de ritmo pausado y tono introspectivo, abunda en preguntas retóricas acerca del sentido de la vida, que en ocasiones se perciben como dudas del propio autor sobre su relato en marcha. Al igual que cualquier obra de ficción sugerente y atrevida, existen muchas formas diferentes de interpretarla, y quizás aquí reside su grandeza. Entre ellas, como una pieza metafísica compuesta para tres personajes que, confusos y perdidos, se cuestionan por hacia dónde van, en qué creer y cuánto pueden fiarse de los sentidos. El trío coincide en que vivir es habitar un lugar desconcertante, abstracto y de fronteras difusas en el que hay que armarse de esperanza de cara a superar pruebas. Una definición modélica de lo que supone avanzar por 1Q84. Libro 3. Antonio Lozano (Publicado en "Cultura/s" de La Vanguardia)
|