14 noviembre, 2011

1Q84. Libro 3. Haruki Murakami.

En tiempos de acelerado consumo cultural, la prerrogativa de dividir una única obra en varias partes parece sólo al alcance de creadores con un sólido fenómeno fan a sus espaldas. Quien pasó dos veces por taquilla para averiguar si la Novia cumplía su venganza contra Bill o para asegurarse que el último acto cinematográfico de Harry Potter había sido respetuoso con su fuente original, no seguía tanto a una historia como a un líder. Al solicitar a sus lectores ese acto de fe que suponía aguardar en vilo unos meses a la espera de una incierta salida a un laberinto de diseño intrincado, Haruki Murakami tomaba plena conciencia de sus status de estrella global y, a la vez, como desafiándolo, secuenciaba una obra arriesgada y críptica que podía dejar por el camino a muchos devotos. Puesto que los tres libros que componen 1Q84 giran en torno a una secta, Vanguardia, cuyo cabecilla es asesinado, resulta tentador afirmar que, a través de ellos, Murakami ha actuado también a la manera de un iluminado que exige a sus fieles que venzan su incredulidad y acepten su palabra revelada. Al ser principalmente conocido por la excepción realista de su carrera, el drama romántico Tokio Blues. Norwegian Wood, y dada su gracia para captar el fluir de las tareas mundanas de sus personajes, puede olvidarse que el escritor japonés demanda del lector que entre en sus universos con idéntica pureza que, pongamos, J.R.R Tolkien en los suyos. 1Q84 se limitaba a subir de golpe varios peldaños el nivel de exigencia y confianza del pacto. Y lo hacía con la aventura paranormal de Aomame y Tengo, compañeros fugaces de colegio que a los diez años conectaban platónicamente al darse la mano, y que dos décadas después se encontraban sin explicación en un mundo alternativo a 1984 con dos lunas flotando en el cielo. El asombro se prolongaba al descubrirse agentes decisivos en una atávica lucha entre el bien y el mal, que los propulsaba a buscarse a ciegas entre una confabulación de fenómenos extraños.

Su perplejidad era espejo de la nuestra y los interrogantes se agolpaban al final de 1Q84. Libros 1 y 2, pero la corriente que nos había arrastrado hasta ahí – una mezcla de misterio, atmósferas perturbadoras, golpes de efecto, personajes estrafalarios, tersa cotidianidad, toques humorísticos…- era demasiado fuerte para detenerse a pensar mucho. Ahora bien, disfrutar del libro 3 dependerá de las expectativas que haya incubado el lector (y de cuan intacta quedara su fe) en este paréntesis reflexivo. Quien confiara en una resolución cartesiana para una novela donde hay unos seres diminutos (la Little People) que salen de la boca de una cabra y tejen una crisálida de aire, y donde una chica se muere de amor y daría su vida por alguien al que de niña apenas rozó los dedos, saldrá magullado, aunque siempre le quedarán momentos para la emoción (el pueblo de los gatos con su trío de enfermeras) o la risa (las visitas del cobrador de la NHK). El que se abandone al sueño obtendrá la recompensa de ver cómo desde la torre de control de la fantasía se contaba con un plan de vuelo (a la manera en que lo exigía Gianni Rodari en los cuentos infantiles).

Dividida en capítulos que van alternando las peripecias de Aomame (que representa la claustrofobia del encierro físico, por cuanto permanece en un piso franco huyendo de la secta, pero también mental al no salir de su bucle de obsesiones), Tengo (que supone, en cambio, el desplazamiento tanto geográfico, por medio de sus visitas a su padre enfermo, como íntimo, al buscar de aquél respuestas a su identidad) y Ushikawa (el detective contratado por Vanguardia para dar con el paradero de la primera), la novela, de ritmo pausado y tono introspectivo, abunda en preguntas retóricas acerca del sentido de la vida, que en ocasiones se perciben como dudas del propio autor sobre su relato en marcha. Al igual que cualquier obra de ficción sugerente y atrevida, existen muchas formas diferentes de interpretarla, y quizás aquí reside su grandeza. Entre ellas, como una pieza metafísica compuesta para tres personajes que, confusos y perdidos, se cuestionan por hacia dónde van, en qué creer y cuánto pueden fiarse de los sentidos. El trío coincide en que vivir es habitar un lugar desconcertante, abstracto y de fronteras difusas en el que hay que armarse de esperanza de cara a superar pruebas. Una definición modélica de lo que supone avanzar por 1Q84. Libro 3. Antonio Lozano (Publicado en "Cultura/s" de La Vanguardia)

09 noviembre, 2011

Sobre "El rey pálido" de David Foster Wallace

Como cualquier genio, David Foster Wallace (DFW) era dueño de una personalidad que, de tan compleja y abarcadora, emitía señales contradictorias, no siempre descifrables. Al tiempo que el mundo quedaba asombrado ante su inteligencia omnisciente y sus infinitos recursos retóricos, hasta encumbrarlo como el paladín del segundo advenimiento del posmodernismo, él se declaraba un escritor tradicionalista y conservador, lamentando la caída de gran parte de la literatura americana de su tiempo en la trampa de la ironía y el cinismo. Su formación en el terreno de la filosofía, con una especial querencia por la lógica y las matemáticas, imbuía su ficción de unos marcados niveles de abstracción y hermetismo, pero él aseguraba que su interés primordial yacía en el carácter y la vida interior de sus personajes. Como cualquier superdotado, su don tenía una cara luminosa, en cuanto suponía un regalo para toda mente que, amiga de los desafíos, estuviera dispuesta a abrirse camino a machetazos por una jungla gramatical llena de tesoros semánticos, y un reverso negativo, el de la facilidad con que uno podía perderse por el camino e incurrir en manipulaciones (por ejemplo, esa conversión de su discurso del Kenyon College en un librito de recetas new age titulado This is Water) o malentendidos (por ejemplo, su coronación como mago del artificio cool) para disimularlo. La decisión de publicar El rey pálido, novela que no sólo dejó incompleta sino deslavazada en fragmentos inconexos y carentes de una hoja clara de ruta, puede verse como la coda a esa incógnita que supuso siempre la distancia entre las intenciones del autor (que confesaba que sólo publicaba uno de cada tres o cuatro trabajos que empezaba y que criticaba duramente la mercantilización de la cultura) y la interpretación de su voluntad. ¿Qué DFW no destruyera tan caótico manuscrito fue una prueba de su deseo de que viera la luz a título póstumo o un documento de capitulación que situaba un fracaso profesional entre los factores que lo condujeron a suicidarse? Ante la duda, ¿debería imponerse el misterioso silencio del muerto o el deseo de ruido del vivo?

Esta ambivalencia se traslada por completo al crítico. Pese a que se intuyen los ingentes esfuerzos del editor Michael Pietsch por unir el amorfo puzzle de cara a tener “la oportunidad de echar un vistazo más a esa mente extraordinaria”, uno duda que semejante provisionalidad hubiese superado el corte de mínimos del autor y, a la luz de la obra en cuyo espejo de ambición y superación debía mirarse, La broma infinita, queda reducida a un borrador cargado de potencialidad al que los grandes destellos no evitan la falta de calcificación del conjunto. Al mismo tiempo, leyéndola se asiste el impagable eclipse resultante de que un tema esencial de DFW, el estudio de individuos prisioneros de sus límites mentales y físicos, coincida con la desestabilización extrema en la propia vida de su creador, que batalla contra sí mismo por sacar adelante un proyecto que quizás albergara en su núcleo un mecanismo de autodestrucción: la imposibilidad de novelizar el aburrimiento letal. El rey pálido pues como novela a su vez antropófaga con su autor y quimérica con su asunto, un doble fenómeno demasiado excepcional para que hubiese quedado restringido a los ojos de los investigadores que se acercaran al Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, donde quedará depositado su legado, o circular sólo por medio de fotocopias clandestinas entre howling fantods (así se autoproclaman los fans más irredentos del escritor). Por otra parte, esto no significa que la mezcla de entrenamiento y adoración de ambos grupos no los convierta en los sherpas más facultados para coronar la cima.

Colocar o no la partitura

En la novela se produce la paradoja que su tronco central, que sigue la cotidianeidad de unos inspectores de Hacienda, deviene con frecuencia irritante, inextricable y, claro está, soporífero, tanto por la naturaleza de su asunto (el tedio que deben combatir), como por su falta de vertebración. Por el contrario, hay apartes sublimes como cuando DFW desmonta las mentiras comunes de la humanidad (el amor preprogramado de los padres vinculado al amor incondicional de Dios, el narcisismo visto a través de los horóscopos..), retrata a tipos detestables, enfermizos o colocados (el contorsionista, el bromista escatológico, la orgía anfetamínica..), observa tras lentes tridimensionales un espacio(el atasco de tráfico y la estructura de la sede de la agencia) o interpreta nuestro día a día bajo el prisma de lenguajes especializados (la familia como empresa con ánimo de lucro). Y, por supuesto, se apuntala el motor último de la ficción fosterwalleciana; interrogarse sobre los límites del lenguaje a la hora de traducir nuestros pensamientos, o cómo deshacer los nudos de símbolos para ir al sentido verdadero.

En su soberbio ensayo “Entrevistas breves con hombres repulsivos: los obsequios difíciles de David Foster Wallace”, contenido en Cambiar de idea (Salamandra), Zadie Smith señala: “No se puede leerlo y comprenderlo y disfrutarlo a semejante velocidad, del mismo modo que yo no puedo cogerle el tranquillo a las Variaciones Goldberg en un fin de semana. Su lector debe verse a sí mismo como un músico que coloca la partitura –el obsequio de la obra- en el atril, que decide tocar (…) Por supuesto, los argumentos que podrían emplearse con respecto a esta clase de lectura son poco razonables, del todo experimentales e imposibles de defender objetivamente. Al final, sólo puede decirse que su propia defensa es el obsequio difícil, y su profundo y gratificante placer es algo que sólo puede conocerse experimentándolo”. Touché.

El rey pálido, en cuanto obra inacabada y ambigua, amplifica el reto, sube las apuestas, dispensa frustraciones extra. Pero, una vez más, el camino puede ser arduo, pero la recompensa es generosa, aunque haya que pasar por encima del autor para recoger una ofrenda que nunca fue tal. Antonio Lozano

Publicado en el número de noviembre de la revista "Qué Leer"


01 octubre, 2011

1. En Ithaca se encuentra el mejor hospital para caballos de Estados Unidos, el cual facilita habitaciones de primera categoría a sus dueños dentro de las mismas instalaciones. La ciudad se siente también orgullosa del biotecnólogo que cultivó una variedad transgénica de tomate muy popular, conocida como "Frankenstein Tomato" y del profesor de 34 años que encontró la manera de que se pudieran enviar fotos desde Marte a la Tierra. No lo está tanto de haber tenido el récord de suicidios en un solo curso académico. En 2010 siete jóvenes se lanzaron al vacío desde uno de los dos puentes que flanquean la Universidad de Cornell. Por ello se han levantado vallas de hierro. A través de una de ellas se divisa el terreno donde se hallaba el laboratorio de Carl Sagan.

2. Escuchar el fluir del agua dentro de un árbol, comunicarse con los cuervos, un aparato que capta la emoción que embarga a un individuo que posee un miembro fantasma , un diccionario implantado en la yema de los dedos que al pasar estos por la página de un libro permite la traducción simultánea de las palabras y un cubo Rubik para ciegos son algunos de los shocks de la exposición "Talk to Me" del MOMA.

27 septiembre, 2011

Robots

Cruzaba la 8º Avenida, camino del segundo tramo de la High Line, cuando captó mi atención un gigantesco brazo mecánico dentro de una pecera completamente blanca. Pensé que se trataba de un reclamo de una empresa de tecnología, pero al levantar la vista descubrí que me hallaba frente a un hotel, llamado Yotel. Entré por curiosidad y lo que me encontré fue un hall aséptico con tres ascensores de acero inoxidable, carteles luminosos electrónicos dando la bienvenida y seis máquinas de pantalla táctil, como las que despliegan las compañías aéreas en los aeropuertos. Una pareja realizaba el check out en una de ellas en ese preciso momento. Acto seguido, se dirigió con sus maletas junto a la cristalera, detrás de la cual dormitaba el inmenso robot, tecleó algo en un ordenador, se abrió una trampilla, depositó su equipaje en una bandeja, se cerró la trampilla. La criatura, que uno situaría en una cadena de montaje de coches, despertó, agarró la bandeja con sus pezuñas negras de fibra de carbono y la depositó dentro de uno de los nichos libres que colgaban a unos tres metros del suelo en la colmena metálica y acorazada que custodiaba. Regresó a su posición de loto y a sus sueños eléctricos.
Cuando algunas horas después y por segunda vez en ese mismo día, una camarera me traía la cuenta antes siquiera de haber podido pedir algo de postre, pensé que no debía haber tanta diferencia respecto a esos restaurantes de Tokio que ya disponen de robots para servir a los clientes. Y cuando al día siguiente, un encadenamiento de errores humanos me hicieron perder mucho tiempo en mi trayecto de Nueva York a Ithaca consideré que la robotización del Sistema se estaba haciendo esperar demasiado. Pero al llegar a una Ithaca que empezaba a oscurecer, a una estación alejada del centro, sintiéndome desorientado e impotente, y venir a mi rescate un chaval con aire de Príncipe de Bel Air para llamarme desde su móvil a un taxi y darme una palmadita en la espalda antes de introducirme en el vehículo, decidí que jamás iría al Yotel y que la próxima vez dejaría un dólar extra de propina a las camareras con carreras en las medias.

30 agosto, 2011

"Fue Nuto quien me dijo que con el tren se va a todas partes, y que cuando terminan las vías comienzan los puertos, que los barcos tienen itinerarios, todo el mundo es una red de rutas y de puertos, un itinerario de gente que viaja, que hace y deshace, y en todas partes hay gente capaz y gente necia" (La luna y las fogatas, Cesare Pavese)

16 junio, 2011

Sobre la belleza


1. "What is the felt experience of cognition at the moment one stands in presence of a beautiful boy or flower or bird? It seems to incite, even to require, the act of replication. Wittgenstsein says that when the eye sees something beautiful, the hand wants to draw it. Beauty brings copies of itself into being. It makes us draw it, take photographs of it, or describe it to other people. Sometimes it gives rise to exact replication and other times to resemblances and still other times to things whose connection to the original site of inspiration is unrecognizable".


2. "The fact that something is perceived as beautiful is bound up with an urge to protect it, or act on its behalf, in a way that appears to be tied up with the perception of lifelikeness. This obervation first emerged in connection with objects that themselves have no bodily sentience, such as painted canvas, but that seem to acquire it, or a mimetic form of it, at the very moment of our regarding them as beautiful".

Extractos de On Beauty And Being Just de Elaine Scarry.

02 junio, 2011

Antònia Font in concert


Portentoso concierto de Antònia Font en el recoleto Teatro Lara de Madrid, aunque sólo cuatro gatos coreamos sus letras tiernas y absurdas repartidas por canciones que podría haber ideado André Breton mientras se aplicaba crema bronceadora en la platja de s´Arenal. El grupo mallorquín activa la imaginación del oyente -te transporta a un iglú, al espacio exterior, al taller de un fabricante de autómatas- lo cual les dota de una cualidad muy literaria, por momentos parecen salidos de un cuento infantil o de la fantasía hipertrofiada de un niño travieso. En cierto modo no son más que eso, niños que mueven de sitio palabras ya formadas en grandes tablones de scrabble para formar mensajes anárquicos y disparatados que con frecuencia generan imágenes hipnóticas. A esto hay que sumar el humor derivado de incorporar a sus canciones elementos simpáticos (un lápiz de Ikea, un pistacho, un tigretón..), que rompen de manera juguetona el mensaje profundo de sus composiciones. Y, por descontado, mucha celebración de la vida. La fiesta dando paso a la nostalgia y viceversa.

Escucharlos erupciona dentro de uno las ganas de ir a ses Illes a tomarse unas olivas y un martini bianco frente al mar, a acercarse en bicicleta a un faro para contemplar la puesta de sol. Antònia Font nace en una isla, se convierte en una isla en el panorama musical español y hace de cada oyente una isla interpretativa de sus canciones, al tiempo que empuja a regresar a una isla para ver cómo se ilumina el pláncton y cantan las ballenas a 30.000 kilómetros de aquí.


26 febrero, 2011

Más saltos neoyorquinos

Se siente un extraño abriendo un cuaderno de notas y escribiendo en él con un bolígrafo en una cafetería cuando al levantar la vista encuentra gente en cada esquina toqueteando sus smart phones. No hay nada malo, y aún menos un atisbo de superioridad, simplemente soprende hacer algo de una forma caduca, que lo acerca a uno más a Voltaire (salvando las distancias) que a sus coetáneos. Por primera vez en mi vida, contemplar mi horrenda caligrafía me procura un placer especial. Ocho horas atrás, tenía frente a mí, colocado sobre un atril de espuma protectora, un ejemplar de la primera edición de "El Gran Gatsby", fechada en 1925, que perteneció a Scott Fitzgerald y en la que uno encuentra anotaciones a lápiz de su puño y letra. La chica a mi derecha repasaba cuentos manuscritos de Salinger y el periodista Xavi Ayén, sentado frente a mí, buceaba de forma apresurada en la correspondencia de Vargas Llosa. Nos hallábamos en el Department of Rare Books and Special Collections de la Firestone Library de la Universidad de Princeton. Silencio con connotaciones espirituales, amplias mesas de madera con la sola presencia de la característica lamparita verde de bibioteca (bolígrafos y papeles propios terminantemente prohibidos), imponentes ventanales verticales por los que se filtraba una luz pálida y, aquí sí, la inevitable sensación de que uno era más sabio mientras permaneciera dentro de los límites de ese confinamiento literario. El trayecto de hora y cuarto en tren entre Penn Station y Princeton Junction permite que el pasaje se sienta transportada a un cuento de Yates o de Cheever o creerse Don Draper de camino a su oficina con minibar de Madison. En el interior de los vagones no parece haber cambiado nada en las últimas décadas. El uniforme apolillado de los revisores que, enfundados en sus ridículas gorritas, atan los billetes perforados en una pestaña de metal sobre los pelados respaldos de los asientos de cuero de color marrón claro, resultan el elemento que contribuye más decisivamente al ensueño. En esos trenes uno no necesita sacar un cuaderno y un bolígrafo para viajar atrás en el tiempo, basta acomodarse.

23 febrero, 2011

Diario neoyorquino (2011)

Nueva York, 22-02-2011


1. Pese a mis reiteradas visitas a la ciudad, nunca había prestado especial atención al desfile de inmensos cementerios que reciben al visitante que cubre por la autopista el trayecto entre JFK y Manhattan. Se antoja una chocante contradicción con lo que mejor define a NY: la energía, el movimiento, el bullicio, el ajetreo, la vida, en definitiva, acelerada, pasada de revoluciones.
Quizás como respuesta a la sensación de que, por mucho que la hayas recorrido y conozcas, NY nunca acaba de acogerte -ciudad que absorbe a todos en su remolino pero que no adopta a nadie- mi tratamiento de choque o ejercicio de descompresión avanzado de cara a integrarme rápidamente en ella consiste en comprarme "The New York Times" y entrar a leerlo en un diner (o, en su defecto, en una cafetería en la que puedas contemplar detrás de amplias cristaleras a los viandantes, encerrados dentro de sí mismos y con expresión hosca, cruzar apresurados las calles rebosantes de bolsas de basura, pisando el asfalto agrietado y minado de baches, y también los edificios rivalizando en verticalidad, como niños de acero y ladrillo buscando marcar con su cocorota una línea invisible en la inconmensurable pared azul del cielo). La combinación del pulido inglés periodístico del diario, el café aguado, el trasiego humano y la arquitectura desafiante provoca que al volver a poner el pie fuera la jungla recuerde más a un bosque.

2.Visita a la Morgan Library, santuario del afán bibliófilo de J.P. Morgan, el magnate de la banca cuya reverenciada figura resultaría incomprensible hoy que los de su gremio son vistos como adláteres de Satán. La biblioteca y su despacho, depositarios de joyas como estatuillas del Antiguo Egipto, una Biblia de Gutenberg o el original de la sinfonía nº 35 de Mozart quitan el aliento porque la ostentación que desprenden no ha borrado del todo la calidez, preservando asimismo un aire de reverencia por la sabiduría. Produce un impacto similar al de esa suntuosa mansión donde se rinde culto al arte que es la Frick Collection: una apestosa cantidad de dinero al servicio del buen gusto.En la segunda planta una exposición sobre diarios personales de Thoreau, Einstein y Charlote Brontë, entre otros, permite confirmar la exacerbación de la duda y la depresión en los genios, al tiempo que evidenciar un elemento que los hermana con la mayoría de los mortales: el despliegue de una horrenda caligrafía.

P.S.: Leo en "TNYT" que en Kabul apenas hay ascensores y que entre estos la mayoría no funciona, lo que tampoco importa puesto que el grueso de la población no los utiliza al desconfiar de su seguridad, lo que no resulta nada risible si tenemos en cuenta que no están obligados a pasar ninguna inspección. No deja de llamarme la atención que esta haya sido la primera noticia que se ha cruzado por delante de mis ojos en NY, seguramente una de las ciudades con un mayor índice de ascensores por cápita del planeta.

04 febrero, 2011

Sobre "1Q84" de Haruki Murakami

Publicado en el suplemento "Cultura/s" el 2 de febrero de 2011.


"Un agujero negro concentra tal cantidad de energía que genera un campo gravitatorio o curvatura del espacio-tiempo que da forma a lo que los científicos denominan “horizonte de sucesos”. Este consiste en una superficie cerrada más allá de la cual ninguna partícula puede salir. Por su capacidad para absorber la atención del lector, por su tratamiento de la insondable oscuridad del ser humano, por su afición a retorcer las leyes de la física y por sus escarceos para empujar los límites narrativos hasta rincones ignotos, 1Q84. Libros 1 y 2 parece querer modelar en términos literarios lo que la idea de un “horizonte de sucesos” sugiere a todos aquellos lectores-soñadores que no están familiarizados con la cosmología. De nuevo Haruki Murakami abre una grieta entre dos mundos por la que se cuelan involuntariamente sus protagonistas para intentar avanzar a tientas del desconcierto al orden, de la oscuridad a la luz, de la incógnita de sí mismos y de su entorno a algún atisbo de sentido, por difuso que sea. Con ello de quien está hablando el autor es de ti, el individuo que abre su novela para aventurarse en lo desconocido, sentirse un Perceval de 17 años o una Doncella de Orléans de 25 a la caza de misterios trascendentes. Unos y otros, criaturas de la imaginación y criaturas de carne y hueso, nunca salen de la historia como entraron, pues leer a Murakami es una experiencia transformadora, es adentrarse en un bosque, bajar a un pozo, pasear por un sueño, cavar una zanja… de cara a resolver conflictos internos. En palabras de Hölderlin: “Donde crece el peligro crece también la salvación”.

1Q84. Libros 1 y 2 se despliega a lo largo de seis meses de 1984 y guiña los dos ojos al clásico de George Orwell -en su título, jugando con la similar pronunciación del número 9 y de la letra Q en japonés, y en la denuncia de los lavados de cerebro- pero el año que puso en marcha sus engranajes fue otro. En enero de 1995 se produjo el terremoto que asoló Kobe, la ciudad natal del escritor y, sólo tres meses después, los atentados con gas sarín en el metro de Tokio. Profundamente conmocionado, Murakami, que llevaba varios años en el extranjero para huir de la celebridad y de un sistema político-social que consideraba opresivo, decidió regresar espoleado por un compromiso moral con su dañado país. Su inmediata reacción profesional fue la publicación de Underground y The Place That Was Promised, libros de entrevistas con algunas de las víctimas del ataque y algunos miembros de la secreta Aum que los perpetró, respectivamente. Al desatarse luego el trauma colectivo del 11-S el autor de Sputnik, mi amor pensó que esa sensación de irrealidad en la que había quedado sumido el planeta tras la emisión en bucle de las imágenes de las Torres Gemelas derrumbándose ya había sido experimentada con anterioridad por los suyos en el 95. Enfrentados a una conspiración de fanáticos capaces de poner en entredicho la realidad misma, los conceptos del bien y el mal se dislocaban y estallaba la duda: ¿dónde queda ahora la ética?

En cierta forma, 1Q84, con su imaginativa, abstracta y enigmática relectura del pulso entre el ying y el yang, supone una búsqueda de posibles respuestas, aunque con la particularidad de emborronar los límites entre ambos polos desde el momento en que uno no puede confiar en la fiabilidad de sus sentidos. Todo esto puede sonar confuso y ambiguo, pero, señores yseñoras, que nadie se sorprenda, estamos ante “un Murakami” mayor y ya se sabe que es un territorio no cartografiable, inasequible al GPS, el mismo por el que con anterioridad han asomado cráneos de unicornio que emiten luz, sapos que anuncian el fin del mundo, clones que suben a una noria, seres sin sombra…

En capítulos alternos 1Q84. Libros 1 y 2 nos cuenta la historia de Aomame y Tengo, ambos de 29 años, quienes tuvieron un extraño momento de intimidad cuando eran compañeros de escuela para jamás volverse a ver, pero que, veinte años después, siguen intrigados por su significado oculto y se sienten unidos de una manera inexplicable. Aomame es profesora de estiramientos musculares en un gimnasio, mientras que Tengo lo es de matemáticas en una academia. En sus ratos libres, ella asesina a hombres que han maltratado a mujeres asestándoles una aguja de fabricación propia en un punto de la nuca. Él escribe novelas que no llegan a publicarse. Son tipos solitarios, melancólicos, rendidos a las inercias, apegados a las rutinas, a la paciente espera de una revelación sobre el otro que quizás nunca llegue. Pero algo ocurre. Unas escaleras en medio de una autovía y la reescritura de una hipnótica novela de una adolescente los transportan de 1984 a 1Q84 (“Q de Question Mark” se nos indica). A partir de aquí penetramos en coordenadas que harán ulular a los seguidores de Fringe, esa serie sobre universos no paralelos sino superpuestos y marcados por sutiles diferencias aunque enfrentados a la mutua destrucción. 1Q84 parece un espejo de 1984, pero en él hay dos lunas, y la policía ha mutado de uniforme y de arma reglamentaria. El mundo ha cambiado de agujas y Aomame y Tengo se han visto convertidos en actores arrojados a un escenario en el que no saben qué papel juegan en el equilibrio de fuerzas entre dos antagonistas sobrenaturales: la Little People y la anti Little People. SIC.

Lo que sigue a partir de aquí, es decir, el esclarecimiento de los designios de los protagonistas, puede explicarse cómo la conjugación de preceptos narrativos de los citados Lewis Carroll (cruza el espejo y encuentra tu camino hasta liquidar al maligno) y Antón P. Chéjov (si en la historia aparece una pistola, en algún momento ha de dispararse) con el objetivo de condenar el abuso físico de las mujeres (en la senda de 2666 de Bolaño y la primera entrega de Millennium de Stieg Larsson) y la anulación del individuo llevado a cabo por los cultos religiosos. Durante el alucinado trayecto, el lector topará con nuevas atracciones de Murakamilandia: bocas de cabras ciegas, crisálidas de aire, un pueblo habitado sólo por gatos, una variante siniestra de Blancanieves y los siete enanitos, un perro que adora las espinacas, una cabaña en el bosque donde la comida permanece siempre humeante, un experto en tallar ratones de madera, un recuerdo erótico imposible, la fusión entre el fin del mundo y una patada en los testículos…

Aviso para el pasaje de este viaje astral: consecuente con los pequeños cliffhangers que el autor disemina con habilidad a lo largo de toda la novela, 1Q84. Libros 1 y 2 es un gigantesco cliffhanger que tendrá próximamente continuación en un Libro 3, amén de rumorearse que en el futuro podría haber un Libro 4 o una precuela. Su compleja mitología con un pie en el romanticismo fatalista y otro en la intriga paranormal remite a la serie televisiva Perdidos de la que Haruki Murakami es fan. Como esta, la multitud de interrogantes que abre y su poder de encantamiento perfilan en su horizonte de sucesos un punto y final que no podrá contentar a todos. Para algunos su responsable se convertirá en uno de esos monarcas que un día escuchó la voz de Dios para luego tener que morir sacrificado. Para otros su creación resonará para siempre como la Sinfonietta de Janácek en los oídos de Aomame. En cualquier caso: To be continued.

17 enero, 2011

La nieve, combustible filosófico


"My late father, who had something good to say about most things, used to console people who complained about bitter cold weather by reminding them of the joys of a hot bowl of soup and a strong drink being made permissible early in the day by extraordinary circumstances. In addition, he claimed that the cold concentrates the mind. The moment we step outdoors, we do what we have to do with uncommon intelligence and dispatch, unlike those folks who can afford to sit in the shade of a Mediterranean or Caribbean island. Once we lie down, time ceases to count and we can meditate on eternity, Cioran believed. History, he said, is the product of people who stand up and get busy (...). With deep winter upon us and the weather growing colder, even the wood smoke out of the neighbours chimneys could be described as philosophizing. I can see it move its lips as it rises, telling the indifferent sky about our loneliness, the torment of our minds and passions which we keep secret fom each other, and the wonder and pain of our mortality and our eventual vanishing form this earth, It´s a kind of deep, cathedral-like quiet that precedes a snowfall. One looks with amazement at the bare trees, the gray daylight making its slow retreat across the bare fields, and inevitably recalls Emily Dickinson poem, in which she speaks of just such a winter afternoon -windless and cold, when an otherworldly light falls and shadows hold their breath- and of the hurt that it gives us for which we can find no scar, only a closer peek inside ourselves where the meaning and all the unanswered questions are" (Fragmento de "Winter´s Philoshophers", Charles Simic, "The New York Review of Books")