19 julio, 2010

Fantasmas


Antes de subir a la casa de la Cerdanya donde iba a pasar un par de días trabajando con calma si bien acabé principalmente dándole patadas a una Jabulani en un flamante campo de césped, me habían advertido que había un fantasma que por las noches paseaba sus penas por el desván. De los tres inquilinos que habían pernoctado ahí con anterioridad, dos lo habían escuchado sin ningún género de dudas recorriendo arriba y abajo la planta superior. Confieso que soy presa fácil del miedo (jamás veo una película de terror, por ejemplo) y que la sugestión necesita poco para hacer mella en mí. De manera que, cuando llegó la hora de acostarme, me metí con cierta intranquilidad bajo las sábanas. En mitad de la noche, me desperté a causa del calor y lo primero que percibieron mis oídos fue el claro retumbar de unos pasos en algún punto lejano de la casa. Estos, sin embargo, no pertenecían a un solo individuo, sino a varios y por su cadencia y contundencia parecía que sus dueños estuvieran practicando una marcha militar. Pese a que la vejiga me señalaba un camino, el resto de mi cuerpo me invitaba a la inmovilización. Acabé traicionando a ambos (bueno, a la primera sobre todo) subiéndome las sábanas hasta la barbilla. No fui muy valiente que digamos pero tampoco un miedica de tomo y lomo pues no tardé en conciliar el sueño. Por la mañana, cuando ya lucía el sol y los ruidos básicos llegaban de los aspersores y los pajaritos, le comenté el incidente a mi hermano, que me comentó que él también había oído los pasos. Como lo había hecho en tantas ocasiones ya ni le daba importancia. A la noche siguiente, se reprodujo de forma calcada la secuencia de acontecimientos. Busco muchas explicaciones (animalillos nerviosos correteando, el viento conchabado con la madera para componer música marcial, un electrodoméstico de un vecino desconsiderado...) pero ninguna me satisface. Aquello fue un regimiento de fantasmas con prisas o camino de una batalla.

Al cabo de tres días, volviendo a ver "Mi amigo Totoro" de Hayao Miyazaki me encuentro con una escena en la que un padre y sus dos hijas espantan los sonidos extraños de su nueva casa, que creen embrujada, riéndose a carcajadas forzadas. También dicen que en presencia de un tiburón lo mejor que puedes hacer es intimidarle. Dudo que, llegado el caso, me salga hacerlo. ¿Y si me faltó la pureza de corazón de las niñas de la película para vencer al miedo y descubrir que en el desván aguardaba un espíritu bondadoso y juguetón como Totoro? La próxima vez subo a averiguarlo.